Quién es Jesús , el Cristo








JESUCRISTO
Nombre y título del Hijo de Dios desde que fue ungido en la Tierra.
El nombre Jesús (gr. I·ē·sóus) corresponde al nombre hebreo Jesúa (o Jehosúa, su forma completa), que significa “Jehová Es Salvación”. Era un nombre bastante común en aquel tiempo. Por eso, con frecuencia se precisaba especificar diciendo “Jesús el Nazareno”. (Mr 10:47; Hch 2:22.) El título Cristo viene del griego Kjri·stós, cuyo equivalente en hebreo es Ma·schí·aj (Mesías), que significa “Ungido”. Aunque el término “ungido” se aplicó apropiadamente a otros hombres anteriores a Jesús, como Moisés, Aarón y David (Heb 11:24-26; Le 4:3; 8:12; 2Sa 22:51), el puesto, cargo o servicio para el que se les ungió solo prefiguró o tipificó el puesto, cargo y servicio superiores de Cristo Jesús. Por consiguiente, Jesús es por excelencia y de modo singular “el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. (Mt 16:16; véanse CRISTO; MESÍAS.)
Existencia prehumana. La persona que llegó a ser conocida como Jesucristo no empezó su vida aquí en la Tierra. Él mismo habló de su existencia celestial prehumana. (Jn 3:13; 6:38, 62; 8:23, 42, 58.) En Juan 1:1, 2 se da el nombre celestial del que llegó a ser Jesús, al decir: “En el principio la Palabra [gr. Ló·gos] era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un dios [“era divina”, Sd; compárese con An American Translation, Moffat (ambas en inglés); o: “de esencia divina”, Böhmer; Stage (ambas en alemán)]. Este estaba en el principio con Dios”. Dado que Jehová es eterno y no tuvo principio (Sl 90:2; Rev 15:3), el que la Palabra estuviera con Dios desde el “principio” debe referirse al principio de las obras creativas de Jehová. Esta conclusión la confirman otros textos que identifican a Jesús como “el primogénito de toda la creación”, “el principio de la creación por Dios”. (Col 1:15; Rev 1:1; 3:14.) De modo que las Escrituras identifican a la Palabra (Jesús en su existencia prehumana) como la primera creación de Dios, su Hijo primogénito.
Las mismas declaraciones de Jesús prueban que Jehová era verdaderamente el Padre o Aquel que dio vida a este Hijo primogénito, de modo que este Hijo era en realidad una creación de Dios. Él señaló a Dios como la Fuente de su vida, cuando dijo: “Yo vivo a causa del Padre”. Según el contexto, eso significaba que su vida procedía de su Padre o había sido causada por Él, de la misma manera que los hombres encaminados a la muerte podrían conseguir vida si ejercían fe en el sacrificio de rescate de Jesús. (Jn 6:56, 57.)
Si los cálculos de los científicos modernos sobre la edad del universo material se aproximan a la realidad, la existencia de Jesús como criatura celestial empezó miles de millones de años antes de la creación del primer ser humano. (Compárese con Miq 5:2.) El Padre se valió de su Hijo primogénito celestial para crear todas las demás cosas (Jn 1:3; Col 1:16, 17), entre ellas los millones de otros hijos de la familia celestial de Jehová Dios (Da 7:9, 10; Rev 5:11), así como el universo material y las criaturas que al principio se colocaron en él. Lógicamente, Jehová se dirigía a este Hijo primogénito cuando dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. (Gé 1:26.) Todas estas otras cosas no solo fueron creadas “mediante él”, sino también “para él”, como el Primogénito de Dios y el “heredero de todas las cosas”. (Col 1:16; Heb 1:2.)
No fue un cocreador. No obstante, la participación del Hijo en las obras creativas no lo hicieron un cocreador de su Padre. El poder para la creación procedía de Dios mediante su espíritu santo o fuerza activa. (Gé 1:2; Sl 33:6.) Y como Jehová es la Fuente de toda la vida, toda la creación animada, visible e invisible, le debe la vida a Él. (Sl 36:9.) Más que un cocreador, fue el agente o instrumento por medio del que Jehová, el Creador, realizó sus obras. Jesús mismo atribuyó la creación a Dios, como lo hacen todas las Escrituras. (Mt 19:4-6; véase CREACIÓN.)
Sabiduría personificada. Lo que las Escrituras dicen sobre la Palabra encaja de modo sobresaliente con la descripción de Proverbios 8:22-31. En este pasaje se personifica a la sabiduría, se la representa como si pudiera hablar y actuar. (Pr 8:1.) Muchos escritores cristianos de los primeros siglos de la era común entendieron que este pasaje se refería simbólicamente al Hijo de Dios en su estado prehumano. En vista de los textos ya analizados, no puede negarse que Jehová ‘produjera’ al Hijo “como el principio de su camino, el más temprano de sus logros de mucho tiempo atrás”, ni que el Hijo estuviera al “lado [de Jehová] como un obrero maestro” durante la creación de la Tierra, como dicen estos versículos de Proverbios. Es verdad que en hebreo, cuyos sustantivos tienen género (como en español), la palabra para “sabiduría” está siempre en femenino. El que se personifique a la sabiduría no cambia su género, pero tampoco impide que se use figuradamente para representar al Hijo primogénito de Dios. La palabra griega para “amor” en la frase “Dios es amor” (1Jn 4:8) también está en femenino, aunque el término Dios es masculino. Salomón, el escritor principal de Proverbios (Pr 1:1), se aplicó el títuloqo·hé·leth (congregador) (Ec 1:1), aunque el género de esta palabra también es femenino.
La sabiduría solo se manifiesta cuando se expresa de algún modo. La sabiduría de Dios se expresó en la creación (Pr 3:19, 20mediante su Hijo. (Compárese con 1Co 8:6.) Del mismo modo, el propósito sabio de Dios concerniente a la humanidad también se hace manifiesto mediante su Hijo, Jesucristo, y se sintetiza en él. Por eso el apóstol pudo decir que Cristo representa “el poder de Dios y la sabiduría de Dios”, y que Cristo Jesús “ha venido a ser para nosotros sabiduría procedente de Dios, también justicia y santificación y liberación por rescate”. (1Co 1:24, 30; compárese con 1Co 2:7, 8; Pr 8:1, 10, 18-21.)
En qué sentido es “Hijo unigénito”. El que a Jesús se le llame “Hijo unigénito” (Jn 1:14; 3:16, 18; 1Jn 4:9) no significa que las otras criaturas celestiales creadas no sean hijos de Dios, puesto que también se las llama hijos. (Gé 6:2, 4; Job 1:6; 2:1; 38:4-7.) Sin embargo, por ser la única creación directa de su Padre, el Hijo primogénito fue único, diferente de todos los demás hijos de Dios, a los que Jehová creó o engendró medianteese Hijo primogénito. De modo que “la Palabra” era el “Hijo unigénito” de Jehová en un sentido especial, igual que Isaac también lo fue de Abrahán en un sentido particular (su padre ya había tenido otro hijo, pero no de su esposa Sara). (Heb 11:17; Gé 16:15.)
Por qué se le llama “la Palabra”. Parece ser que el nombre (o quizás título) “la Palabra” (Jn 1:1) identifica la función que el Hijo primogénito de Dios desempeñó después de crear otras criaturas inteligentes. Una expresión similar aparece en Éxodo 4:16, donde Jehová le dijo a Moisés con respecto a su hermano Aarón: “Y él tiene que hablar por ti al pueblo; y tiene que suceder que él te servirá de boca, y tú le servirás de Dios”. Como portavoz del representante principal de Dios sobre la Tierra, Aarón hizo las veces de “boca” para Moisés. Ese fue también el caso de la Palabra o Logos, quien llegó a ser Jesucristo. Es probable que Jehová usara a su Hijo para transmitir información e instrucción a otros miembros de su familia de hijos celestiales, como hizo para entregar su mensaje a los humanos. Como prueba de que era la Palabra o portavoz de Dios, Jesús dijo a sus oyentes judíos: “Lo que yo enseño no es mío, sino que pertenece al que me ha enviado. Si alguien desea hacer la voluntad de Él, conocerá respecto a la enseñanza si es de Dios o si hablo por mí mismo”. (Jn 7:16, 17; compárese con 12:50;18:37.)
En su existencia prehumana como la Palabra, Jesús debió servir de vocero de Jehová para personas en la Tierra. Aunque algunos textos parecen indicar que Jehová habló a seres humanos directamente, otros aclaran que lo hizo a través de un representante angélico. (Compárese Éx 3:2-4 con Hch 7:30, 35; también Gé 16:7-11, 13; 22:1, 11, 12,15-18.) Es razonable pensar que en la mayoría de estos casos Jehová habló a través de la Palabra. Quizás lo hizo también en Edén, pues en dos de las tres ocasiones que se dice que Dios habló, el registro muestra con toda claridad que alguien estaba con Él, y es lógico concluir que fuera su propio Hijo. (Gé 1:26-30; 2:16, 17; 3:8-19, 22.) El ángel que guió a Israel por el desierto y cuya voz los israelitas tenían que obedecer estrictamente, porque el ‘nombre de Jehová estaba en él’, también pudo haber sido el Hijo de Dios, la Palabra. (Éx 23:20-23; compárese con Jos 5:13-15.)
Esto no significa que la Palabra sea el único representante angélico mediante el que Jehová ha hablado. Las declaraciones inspiradas de Hechos 7:53, Gálatas 3:19 yHebreos 2:2, 3 muestran que el pacto de la Ley fue transmitido a Moisés por medio de hijos angélicos de Dios que no eran su primogénito.

¿‘Conocemos el amor del Cristo’?


20, 21. ¿Cómo podemos “conocer el amor del Cristo” a fondo?
20 Ciertamente, la Palabra de Jehová presenta un bello retrato del amor de Jesús. Pues bien, ¿cómo deberíamos corresponder nosotros? La Biblia nos exhorta a “conocer el amor del Cristo que sobrepuja al conocimiento” (Efesios 3:19). Como hemos visto, los relatos evangélicos sobre su vida y ministerio nos enseñan muchos detalles sobre su amor. Ahora bien, “conocer el amor del Cristo” a fondo supone más que aprender lo que dice la Biblia de él.
21 El verbo griego traducido “conocer” implica “saber de manera práctica, por la experiencia”. Cuando amamos a nuestros semejantes como lo hizo Cristo —entregándonos con altruismo por ellos, respondiendo compasivamente a sus necesidades y perdonándolos de corazón—, logramos entender bien los sentimientos deél. De este modo, por la experiencia, llegamos a “conocer el amor del Cristo que sobrepuja al conocimiento”. Nunca olvidemos asimismo que cuanto más nos parezcamos a Jesús, más nos acercaremos a quien él imitó a la perfección: nuestro amoroso Dios, Jehová.


¿Qué implica la invitación de Jesús “Sé mi seguidor”?





Ilustración de la página 4



“¿Qué tengo que hacer para heredar vida eterna?”
1, 2. ¿Cuál es la mejor invitación que puede recibir un ser humano, y qué pregunta hacemos bien en plantearnos?
¿CUÁL es la mejor invitación que ha recibido? Tal vez piense en la ocasión en que le ofrecieron asistir a un acto especial —como la boda de una pareja muy querida— o le propusieron un trabajo importante. Si alguna vez le dieron tal oportunidad, sin duda se sintió emocionado e incluso honrado. Pero lo cierto es que le han hecho una invitación muchísimo mejor. En realidad, nos la han hecho a todos, y la respuesta que demos influirá profundamente en nuestra vida. Aceptarla es la decisión más importante que podemos tomar.
¿De qué invitación estamos hablando? De la que hace Jesucristo, el Hijo unigénito del todopoderoso Jehová Dios, y que encontramos en las páginas de la Biblia. En Marcos 10:21 leemos estas palabras suyas: “Ven, sé mi seguidor”. Esta es, en efecto, la invitación que nos dirige a cada uno de nosotros. Por ello, hacemos bien en plantearnos: “¿Qué respuesta le daré?”. La contestación tal vez parezca obvia, pues ¿quién va a negarse a aceptar una oportunidad tan maravillosa? Pero, aunque parezca extraño, así es como actúa la mayoría de la gente. ¿Por qué?
3, 4. a) ¿Qué bienes que suelen considerarse envidiables poseía el joven que le preguntó a Jesús por la vida eterna? b) ¿Qué aspectos positivos pudo haber visto Jesús en aquel acaudalado gobernante?
Examinemos el ejemplo de un hombre que recibió esta invitación en persona hace casi dos mil años. Se trataba de una figura muy respetada y que poseía al menos tres bienes que suelen considerarse envidiables: juventud, dinero y poder. Así es: la Biblia indica que era “joven”, “muy rico” y un “gobernante” (Mateo 19:20; Lucas 18:18, 23). Pero se destacaba por algo más importante: había oído hablar del Gran Maestro, Jesús, y lo que había oído le había agradado.
La mayoría de los gobernantes de aquel tiempo no trataban a Jesús con el respeto que merecía (Juan 7:48; 12:42). Pero, como señala la Biblia, aquel joven actuó de manera muy diferente: “Al salir [Jesús] para seguir su camino, cierto hombre vino corriendo y cayó de rodillas delante de él y le hizo una pregunta: ‘Buen Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar vida eterna?’” (Marcos 10:17). Observe cuánto interés tenía en hablar con Cristo, pues llegó al punto de correr hacia él, como habría hecho alguien de las clases sociales más bajas. Por si fuera poco, se arrodilló respetuosamente. Es evidente que, en buena medida, era humilde y comprendía que debía satisfacer su necesidad espiritual. Jesús valoraba mucho estas cualidades (Mateo 5:3; 18:4). Por eso, no resulta extraña su reacción: “Mirándolo, Jesús sintió amor por él” (Marcos 10:21). Ahora 

Razones para seguir a Cristo

8. ¿Qué necesidad tenemos todas las personas, y por qué?
Hay que admitir un hecho que, aunque no todos quieran reconocerlo, resulta innegable: necesitamos contar con un buen liderazgo. Por inspiración divina, el profeta Jeremías reconoció esa verdad eterna: “Bien sé yo, oh Jehová, que al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso” (Jeremías 10:23). En efecto, los seres humanos no son capaces de gobernarse ni tienen el derecho a hacerlo. En líneas generales, la historia es una larga sucesión de malos dirigentes (Eclesiastés 8:9). En los días de Jesús, las autoridades oprimían, maltrataban y engañaban al pueblo. Con toda razón, Jesús comentó que la gente común se encontraba “como ovejas sin pastor” (Marcos 6:34). Y lo mismo cabría decir de las personas de la actualidad. Sea a nivel colectivo o individual, necesitamos un líder que merezca nuestra confianza y respeto. ¿Estará Jesús a la altura de las circunstancias? Veamos varias razones para afirmar que sí.
9. ¿Qué diferencia a Jesús de los demás dirigentes?
En primer lugar, Jesús ha sido elegido por Jehová Dios. La mayoría de los dirigentes humanos han sido escogidos por personas que son igual de imperfectas que ellos y que, por tanto, son presa fácil de engaños y errores de juicio. Pero Jesús es un caudillo muy diferente, como lo indica el propio título que recibe. La palabra Cristoal igual queMesías, significa “Ungido”. Jesús fue ungido (o sea, nombrado para desempeñar un cargo sagrado) por el propio Señor Soberano del universo. En efecto, Jehová Dios dijo con referencia a su Hijo: “¡Mira! ¡Mi siervo a quien escogí, mi amado, a quien mi alma aprobó! Pondré mi espíritu sobre él” (Mateo 12:18). Nadie sabe mejor que el Creador la clase de dirigente que nos hace falta. Y como Jehová posee sabiduría infinita, podemos confiar plenamente en su elección (Proverbios 3:5, 6).
10. ¿Por qué es el ejemplo de Jesús el mejor que podemos seguir?
10 En segundo lugar, Jesús nos ha dejado un ejemplo perfecto que nos motiva. El mejor dirigente es el que posee virtudes dignas de admirar e imitar, el que traza con su ejemplo el camino que han de seguir sus súbditos y los motiva a superarse. ¿Qué cualidades de un líder nos infunden más respeto? ¿La valentía? ¿La sabiduría? ¿La compasión? ¿La perseverancia ante las dificultades? Al estudiar la crónica de la vida de Jesús en la Tierra, veremos que reunía todas estas cualidades y muchas más. Dado que era el reflejo perfecto de su Padre celestial, mostraba todas las cualidades divinas en su máxima expresión. Era un hombre perfecto en todo sentido. Por consiguiente, cada una de sus acciones, palabras y emociones es digna de imitar. La Biblia dice que ha dejado a los cristianos un “dechado para que sigan sus pasos con sumo cuidado y atención” (1 Pedro 2:21).
11. ¿Cómo demostró Cristo que era “el pastor excelente”?
11 En tercer lugar, Cristo demostró que era, como afirmaba, el pastor excelente” (Juan 10:14). Esta imagen la entendían muy bien las personas de tiempos bíblicos. Sabían queel pastor tenía que trabajar mucho para cuidar del rebaño, y que, si de verdad era “excelente”, le daba más importancia a la seguridad del rebaño que a la suya propia. Este fue el caso de un antepasado de Jesúsel rey David, quien de joven arriesgó la vida en más de una ocasión para proteger de las fieras a las ovejas que cuidaba (1 Samuel 17:34-36). Pero Jesús hizo mucho más en beneficio de sus seguidores humanos: dio la vida por ellos (Juan 10:15). ¿Cuántos líderes tienen un espíritu de sacrificio semejante?
12, 13. a) ¿De qué maneras conoce el pastor a sus ovejas, y, a su vez, las ovejas al pastor? b) ¿Por qué anhela usted que lo guíe el Pastor Excelente?
12 Jesús también fue “el pastor excelente” en otro sentido, pues dijo: “Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí” (Juan 10:14). Pensemos en el cuadro que él estaba presentando. Aunque para muchos el rebaño sea tan solo un conjunto de criaturas lanudas, no es así para el pastor. Él conoce a cada una de ellas: a las preñadas, que requerirán su ayuda en el parto, a las enfermas o lastimadas y a los corderitos que tendrá que cargar porque son muy pequeños o están muy débiles. Y las ovejas también conocen a su pastor. Identifican su voz y nunca la confunden con la de ningún otro. Y cuando el tono de su llamada denota alarma o urgencia, reaccionan con rapidez. Además, lo siguen dondequiera que él vaya. A fin de cuentas, él sabe dónde se encuentran los pastos más verdes, las corrientes más frescas y los campos más seguros. Cuando el pastor las vigila, se sienten a salvo del peligro (Salmo 23).
13 ¿A quién no le gustaría que lo guiaran de ese modo? El Pastor Excelente ha demostrado de forma incomparable que trata así a sus seguidores. Promete conducirnos a cada uno de nosotros a una vida llena de alegrías y satisfacciones en la actualidad, y a un futuro que será eterno (Juan 10:10, 11; Revelación [Apocalipsis] 7:16, 17). Por lo tanto, necesitamos saber qué implica seguir a Cristo.

¿Qué implica seguir a Cristo?

14, 15. Para seguir a Cristo, ¿por qué no basta con afirmar que uno es cristiano o que lo ama?
14 Sin duda, centenares de millones de personas piensan que han aceptado la invitación de Cristo, pues, al fin y al cabo, se llaman cristianas. Tal vez sigan en la religión en la que los bautizaron sus padres. O incluso afirmen amar a Cristo y haberlo aceptado como su Salvador personal. Pero ¿son necesariamente seguidores de Cristo? ¿Es a eso a lo que se refería Jesús con la invitación a seguirlo? La verdad es que se refería a mucho más.
15 Pensemos en las naciones de la cristiandad, cuyos ciudadanos afirman en su mayoría ser discípulos de Cristo. ¿Siguen las enseñanzas de Jesús? ¿O vemos en ellas elmismo odio, opresión, delincuencia e injusticia que en el resto del mundo? El respetado maestro hindú Gandhi dijo en cierta ocasión: “No sé de nadie que haya hecho más por la humanidad que Jesús. De hecho, no encuentro nada malo en el cristianismo”. Pero entonces añadió: “El problema está en ustedes los cristianos, pues no viven en conformidad con lo que enseñan”.
16, 17. ¿Qué suele faltarles a muchos que afirman ser cristianos, y qué distingue a los verdaderos seguidores de Cristo?
16 Jesús señaló que no se reconocería a sus verdaderos discípulos solo porque afirmaran seguirlo o ser cristianos, sino principalmente por sus actos. Así, aseguró en cierta ocasión: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). ¿Por qué son tantas las personas que afirman tener a Jesús por Señor, pero luego no hacen la voluntad de Su Padre? Por lo general, porque les pasa igual que al joven y acaudalado gobernante. Hay “una cosa [que les] falta”: no aman con toda el alma ni a Jesús ni a su Padre, quien lo envió.
17 Pero ¿por qué decimos eso? ¿Acaso no hay millones de feligreses en la cristiandad que aseguran amar a Cristo? Así es. Sin embargo, el amor a Jesús y a Jehová no debe quedarse en simples afirmaciones. Cristo dijo: “Si alguien me ama, observará mi palabra” (Juan 14:23). Y hablando como pastor, señaló: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen” (Juan 10:27). Como vemos, el auténtico amor aCristo no se demuestra tan solo con los sentimientos y palabras, sino también con las acciones.
18, 19. a) ¿Qué efecto debería tener en nosotros el conocimiento que adquirimos acerca de Jesús? b) ¿Cuál es el objetivo de este libro, y cómo beneficiará incluso a quienes se consideran seguidores deCristo desde hace mucho tiempo?
18 Ahora bien, nuestros actos no surgen de la nada. Son un reflejo de cómo somos en nuestro interior. Por eso, es ahí donde debemos poner manos a la obra. Jesús dijo: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo” (Juan 17:3). Si va acompañado de meditación, el conocimiento exacto acerca de Jesús influirá en nuestro corazón. Con cada día que pase, amaremos más y más a Cristo, y mayor será nuestro deseo de seguirlo de continuo.
19 Ese es, precisamente, el objetivo de este libro. No pretende hacer un resumen completo de la vida y ministerio de Jesús, sino, más bien, ayudarnos a entender con más claridad cómo podemos seguirlo.* Se ha preparado para que nos miremos en el espejo de las Escrituras y nos preguntemos: “¿De verdad estoy siguiendo a Jesús?” (Santiago 1:23-25). Es posible que el lector se considere desde hace mucho tiempo una oveja que sigue al Pastor Excelente. No obstante, ¿verdad que siempre podemos mejorar en algo? La Biblia nos hace esta exhortación: “Sigan poniéndose a prueba para ver si están en la fe, sigan dando prueba de lo que ustedes mismos son” (2 Corintios 13:5). Bien vale la pena que nos aseguremos de estar aceptando la guía del amoroso Pastor Excelente, Jesús, a cuyo cuidado nos ha encomendado Jehová.
20. ¿Qué vamos a examinar en el próximo capítulo?
20 Estudiando este libro podrá fortalecer su amor por Jesús y por Jehová. Y si dicho amor guía su vida, disfrutará de la mayor paz y satisfacción que es posible sentir en este viejo mundo. Además, podrá vivir para siempre, alabando incesantemente a Jehová por habernos proporcionado un Pastor Excelente. Para iniciar el estudio de la figura deCristo, debemos poner buenos cimientos. Por ello, en el capítulo 2 examinaremos la función que desempeña Jesús en el propósito universal de Jehová.
Jesús no exigió a ninguno de sus discípulos que renunciara a todas sus pertenencias. Es cierto que mencionó que sería muy difícil que un rico entrara en el Reino de Dios, pero también hizo esta aclaración: “Todas las cosas son posibles para Dios” (Marcos 10:23, 27). La verdad es que hubo personas acaudaladas que decidieron seguir a Cristo. Aunque dentro de la congregación cristiana recibieron consejos específicos sobre los bienes materiales, nunca se les pidió que los donaran a los pobres (1 Timoteo 6:17).
El libro El hombre más grande de todos los tiempos, editado por los testigos de Jehová, presenta un resumen completo en orden cronológico de la vida y ministerio de Jesús.

Cristo: el centro de las profecías
“El dar testimonio de Jesús es lo que inspira el profetizar.” (REVELACIÓN [APOCALIPSIS] 19:10.)
1, 2. a) ¿Qué decisión afronta Israel a partir del año 29 E.C.? b) ¿Qué se analiza en este artículo?
CORRE el año 29 de nuestra era, y en Israel no se habla de otra cosa que del Mesías prometido. El ministerio de Juan el Bautista ha contribuido a alentar las expectativas (Lucas 3:15). No obstante, Juan asegura que él no es el Cristo. Señalando a Jesús de Nazaret, afirma: “He dado testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Juan 1:20, 34). Al poco tiempo, las muchedumbres siguen a Jesús para escuchar sus enseñanzas y recibir curación.
En los meses siguientes, Jehová proporciona abundante testimonio de su Hijo. Aunque quienes han estudiado las Escrituras y observan las obras de Jesús tienen base sólida para creer en él, en conjunto, el pueblo del pacto manifiesta falta de fe, pues son relativamente pocos los que reconocen que Jesús es el Cristoel Hijo de Dios (Juan 6:60-69). ¿Qué habría hecho usted de haber vivido en aquel tiempo? ¿Se habría sentido motivado a aceptar a Jesús como el Mesías y a seguirle fielmente? Analicemos las pruebas que aporta Jesús acerca de su identidad cuando se le acusa de violar elsábado, así como otras que presenta después con el propósito de fortalecer la fe de sus discípulos leales.
Jesús expone las pruebas
3. ¿Qué circunstancias impulsaron a Jesús a dar pruebas de su identidad?
Es la Pascua del año 31 E.C., y Jesús está en Jerusalén, donde acaba de sanar a un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Pese a ello, los judíos lo persiguen por hacer esta obra en sábado. Además, lo acusan de blasfemia y traman darle muerte por decir que Dios es su Padre (Juan 5:1-9, 16-18). En su defensa, Jesús presenta tres poderosas líneas argumentales que convencerían de su verdadera identidad a cualquier judío honrado.
4, 5. ¿Qué finalidad tuvo el ministerio de Juan, y hasta qué punto la logró?
En primer lugar, Jesús alude al testimonio del precursor de su obra, Juan el Bautista, al decir: “Ustedes han despachado hombres a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. Aquel hombre era una lámpara que ardía y resplandecía, y ustedes por un poco de tiempo estuvieron dispuestos a regocijarse mucho en su luz” (Juan 5:33, 35).
Juan el Bautista fue “una lámpara que ardía y resplandecía” en el sentido de que, antes de que Herodes lo encarcelara injustamente, había cumplido la comisión divina de preparar el camino para el Mesías. Juan mismo había dicho: “La razón por la cual yo vine bautizando en agua fue para que [el Mesías] fuera puesto de manifiesto a Israel. [...] Vi el espíritu bajar como paloma del cielo, y permaneció sobre él. Ni siquiera yo lo conocía, pero El Mismo que me envió a bautizar en agua me dijo: ‘Sobre quienquiera que veas el espíritu descender y permanecer, este es el que bautiza en espíritu santo’. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Juan 1:26-37).* Juan dijo expresamente que Jesús era el Hijo de Dios, el Mesías prometido. El testimonio de Juan fue tan claro que unos ocho meses después de su muerte, muchos judíos sinceros reconocieron: “Cuantas cosas dijo Juan acerca de este hombre, todas eran verdaderas” (Juan 10:41, 42).
6. ¿Por qué deberían las obras de Jesús haber convencido a la gente de que Dios estaba con él?
A continuación, Jesús se vale de otro razonamiento para demostrar que es el Mesías. Señala sus propias obras excelentes como prueba de que Dios está con él. “Yo tengo el testimonio mayor que el de Juan —dice—, porque las obras mismas que mi Padre me asignó realizar, las obras mismas que yo hago, dan testimonio acerca de mí, de que elPadre me despachó.” (Juan 5:36.) Ni siquiera los enemigos de Jesús pueden negar esta prueba, que incluye muchos milagros. Algunos preguntan tiempo después: “¿Qué hemos de hacer, porque este hombre ejecuta muchas señales?” (Juan 11:47). Sin embargo, otros reaccionan bien y dicen: “Cuando llegue el Cristoél no ejecutará más señales que las que ha ejecutado este hombre, ¿verdad?” (Juan 7:31). Los que escucharon aJesús tenían todo a su favor para ver en él las cualidades de su Padre (Juan 14:9).
7. ¿De qué manera dan testimonio de Jesús las Escrituras Hebreas?
Por último, Jesús presenta un argumento irrefutable: “Las Escrituras [...] son las mismas que dan testimonio acerca de mí”. Y agrega: “Si creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque aquel escribió de mí” (Juan 5:39, 46). Por supuesto, Moisés fue tan solo uno de los muchos testigos precristianos que escribieron acerca de Cristo. En los escritos de estos hombres hay centenares de profecías y genealogías detalladas que señalaron al Mesías (Lucas 3:23-38; 24:44-46; Hechos 10:43). ¿Y qué podemos decir de la Ley mosaica? El apóstol Pablo escribió: “La Ley ha llegado a ser nuestro tutor que nos conduce a Cristo” (Gálatas 3:24). En efecto, “el dar testimonio de Jesús es lo que inspira el profetizar”, o sea, es toda su intención y propósito (Revelación 19:10).
8. ¿Por qué no pusieron fe en el Mesías muchos judíos?
¿No le habrían convencido a usted todas estas pruebas de que Jesús era el Mesías: el testimonio categórico de Juan, las obras poderosas y cualidades de Jesús, así como el testimonio aplastante de las Escrituras? Todo el que amara de verdad a Dios y su Palabra se habría dado cuenta enseguida de que Jesús era el Mesías prometido y habría puesto fe en él. En Israel, sin embargo, faltaba esta clase de amor. Jesús dijo a sus opositores: “Bien sé que no tienen el amor de Dios en ustedes” (Juan 5:42). En vez de buscar “la gloria que proviene del único Dios”, aceptaban “gloria unos de otros”. No es de extrañar que estuvieran enfrentados con Jesús, quien, al igual que su Padre, aborrece dicha mentalidad (Juan 5:43, 44; Hechos 12:21-23).
Jesús sigue llevando el nombre “La Palabra de Dios” después de regresar a la gloria celestial. (Rev 19:13, 16.)
¿Por qué se refieren algunas traducciones de la Biblia a Jesús como “Dios”, mientras que otras le llaman “un dios”?
Algunas versiones de la Biblia traducen Juan 1:1 de la siguiente manera: “En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. El texto griego lee literalmente: “En principio era la palabra, y la palabra era hacia el dios, y dios era la palabra”. El traductor tiene que poner las mayúsculas según las normas del idioma al que traduce. Está claro que es apropiado escribir con mayúscula la expresión “el dios”, pues se refiere al Dios Todopoderoso, con quien estaba la Palabra. No obstante, la mayúscula de la palabra “dios” en el segundo caso no está justificada.
La Traducción del Nuevo Mundo traduce así este texto: “En el principio la Palabra era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un dios”. Es verdad que el artículo indefinido (“un”) no está en el texto griego, pero eso no significa que no pueda usarse en la traducción, pues en el griego koiné o común este artículo no existía. Por lo tanto, los traductores deben incluir o no el artículo indefinido en todas las Escrituras Griegas Cristianas según su entendimiento del significado del texto. Todas las traducciones españolas de las Escrituras Griegas contienen el artículo indefinido cientos de veces, aunque la mayoría no lo usa en Juan 1:1. No obstante, su inclusión en la traducción de este versículo tiene buen fundamento.
En primer lugar, debe notarse que el texto mismo muestra que la Palabra estaba “conDios”, de modo que no podía ser Dios, es decir, el Dios Todopoderoso. (Note también el vs. 2, que sería innecesario si el vs. 1 dijera en realidad que la Palabra era Dios.) Además, la segunda vez que se usa en el versículo la palabra para “dios” (gr. the·ós) no lleva el artículo definido “el” (gr. ho). Ernst Haenchen escribió sobre este hecho en un comentario sobre el evangelio de Juan (caps. 1-6): “En este período [the·ós] y [ho the·ós] (‘dios, divino’, y ‘el Dios’) no eran lo mismo [...]. De hecho, para el [...] Evangelista, solo el Padre era ‘Dios’ ([ho the·ós]; cf. 17:3); ‘el Hijo’ estaba subordinado a él (cf. 14:28). Sin embargo, en este pasaje esa relación solo se insinúa, pues lo que se resalta es la proximidad de uno al otro. [...] En el monoteísmo judío y cristiano era perfectamente posible hablar de seres divinos que existían junto a Dios o bajo él, pero no idénticos a él. Fil Flp 2:6-10 lo demuestra. En este pasaje Pablo se refiere precisamente a un ser divino de esa clase, que después se hizo hombre en Jesucristo. [...] De modo que ni en Filipenses ni en Juan 1:1 se trata de una relación dialéctica de dos en uno, sino de la unión personal de dos entidades”. (John 1, traducción al inglés de R. W. Funk, 1984, págs. 109, 110.)
Después de dar como traducción de Juan 1:1c “y divina (de la categoría de divinidad) era la Palabra”, Haenchen sigue diciendo: “En este caso, el verbo ‘era’ ([en]) simplemente tiene sentido predicativo. Y por ello ha de darse más atención al predicado nominal: [the·ós] no es lo mismo que [ho the·ós] (‘divino’ no es lo mismo que ‘Dios’)” (págs. 110, 111). Al tratar este tema, Philip B. Harner dice que la construcción gramatical de Juan 1:1 incluye un predicado sin el artículo definido “el” antecediendo al verbo, una construcción que tiene principalmente un significado cualitativo y que muestra que “ellogos posee la naturaleza de theós”. Más adelante dice: Creo que “en Juan 1:1 la fuerza cualitativa del predicado es tan importante que el nombre [the·ós] no puede considerarse definido”. (Journal of Biblical Literature, 1973, págs. 85, 87.) Otros traductores también reconocen que el término griego es cualitativo y se refiere a la naturaleza de la Palabra, por lo que traducen la frase: “la Palabra [...] era divina”. (Sd; compárese con An American Translation, Moffat; véase el apéndice de NM, pág. 1578, 1579.)
Las Escrituras Hebreas muestran de manera clara y coherente que hay un solo Dios Todopoderoso, el Creador de todas las cosas y el Altísimo, cuyo nombre es Jehová. (Gé 17:1; Isa 45:18; Sl 83:18.) Por esa razón, Moisés pudo decir a la nación de Israel: “Jehová nuestro Dios es un solo Jehová. Y tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza vital”. (Dt 6:4, 5.) Las Escrituras Griegas Cristianas no contradicen esta enseñanza que los siervos de Dios han aceptado y creído durante miles de años, sino que, por el contrario, la apoyan. (Mr 12:29; Ro 3:29, 30; 1Co 8:6; Ef 4:4-6; 1Ti 2:5.) El mismo Jesucristo dijo: “El Padre es mayor que yo”, y se refirió al Padre como su Dios, “el único Dios verdadero”. (Jn 14:28; 17:3; 20:17; Mr 15:34; Rev 1:1; 3:12.) En muchas ocasiones Jesús expresó su inferioridad y subordinación a su Padre. (Mt 4:9, 10; 20:23; Lu 22:41, 42; Jn 5:19; 8:42; 13:16.) Aun después de su ascensión al cielo, sus apóstoles continuaron transmitiendo la misma idea. (1Co 11:3;15:20, 24-28; 1Pe 1:3; 1Jn 2:1; 4:9, 10.)
Estos hechos suministran una base sólida para traducir “la Palabra era un dios” en Juan 1:1. La posición preeminente que ocupa la Palabra entre las criaturas de Dios como el Primogénito, aquel por medio de quien Dios creó todas las cosas y el que actuaba como su Portavoz, da base para que se le llame “un dios” o poderoso. La profecía mesiánica de Isaías 9:6 predijo que se le llamaría “Dios Poderoso”, aunque no el Dios Todopoderoso, y que sería el “Padre Eterno” de todos aquellos que tuvieran el privilegio de vivir bajo su gobernación. El celo de su propio Padre, “Jehová de los ejércitos”, haría posible el cumplimiento de esta predicción. (Isa 9:7.) Si al adversario de Dios, Satanás el Diablo, se le llama un “dios” (2Co 4:4) debido a su dominio sobre hombres y demonios (1Jn 5:19; Lu 11:14-18), con mucha más razón y propiedad se puede llamar “un dios” al Hijo primogénito de Dios, “el dios unigénito”, como lo llaman los manuscritos más confiables de Juan 1:18.
Cuando los opositores acusaron a Jesús de ‘hacerse a sí mismo un dios’, su respuesta fue: “¿No está escrito en su Ley: ‘Yo dije: “Ustedes son dioses”’? Si él llamó ‘dioses’ a aquellos contra quienes vino la palabra de Dios, y sin embargo la Escritura no puede ser nulificada, ¿me dicen ustedes a mí, a quien el Padre santificó y despachó al mundo: ‘Blasfemas’, porque dije: Soy Hijo de Dios?”. (Jn 10:31-37.) En esa ocasión Jesús citó delSalmo 82, donde se llama “dioses” a jueces humanos a quienes Dios condenó por no ejecutar justicia. (Sl 82:1, 2, 6, 7.) Con estas palabras Jesús demostró que no era razonable acusarle de blasfemia por haber declarado que era, no Dios, sino el Hijo de Dios.
Esta acusación de blasfemia surgió como resultado de que Jesús dijera: “Yo y el Padre somos uno”. (Jn 10:30.) Pero su respuesta, examinada ya en parte, muestra que Jesús no había alegado ser el Padre o Dios mismo. Para entender qué quería decir Jesús con aquella expresión, hay que analizar el contexto de su declaración. Él hablaba de sus obras y del cuidado de las “ovejas” que lo seguirían. Tanto sus obras como sus palabras mostraron que había unidad —no desunión y falta de armonía— entre él y su Padre, y este hecho se destacó en su respuesta. (Jn 10:25, 26, 37, 38; compárese con 4:34; 5:30;6:38-40; 8:16-18.) En lo que respecta a sus “ovejas”, él y su Padre también estaban en unidad para protegerlas y conducirlas a vida eterna. (Jn 10:27-29; compárese con Eze 34:23, 24.) La oración de Jesús a favor de la unidad de todos sus discípulos, tanto los de aquel entonces como los que habían de venir en el futuro, muestra que el ser uno con su Padre no se refiere a identidad personal, sino a unidad de propósito y acción. De este modo, los siervos de Jesús podrían ‘todos ellos ser uno’, tal como él y su Padre eran uno. (Jn 17:20-23.)
En armonía con esto, cuando Jesús respondió a una pregunta de Tomás, dijo: “Si ustedes me hubieran conocido, habrían conocido a mi Padre también; desde este momento lo conocen y lo han visto”. Y en respuesta a una pregunta de Felipe, añadió: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Jn 14:5-9.) De nuevo, la siguiente explicación de Jesús muestra que eso era así debido a que representó fielmente a su Padre, habló Sus palabras e hizo Sus obras. (Jn 14:10, 11; compárese con Jn 12:28, 44-49.) En esa misma ocasión, la noche de su muerte, dijo a estos mismos discípulos: “El Padre es mayor que yo”. (Jn 14:28.)
El significado de que los discípulos ‘vieran’ al Padre al ver a Jesús, también se puede entender a la luz de otros casos de las Escrituras. Por ejemplo, Jacob le dijo a Esaú: “He visto tu rostro como si viera el rostro de Dios, puesto que me recibiste con placer”. Dijo esto porque la reacción de Esaú había estado en consonancia con la oración de Jacob a Dios. (Gé 33:9-11; 32:9-12.) Cuando las preguntas que Dios le hizo a Job desde una tempestad de viento le aclararon su entendimiento, Job dijo: “De oídas he sabido de ti, pero ahora mi propio ojo de veras te ve”. (Job 38:1; 42:5; véase también Jue 13:21, 22.) Los “ojos de su corazón” habían sido iluminados. (Compárese con Ef 1:18.) La declaración de Jesús en cuanto a ver al Padre ha de entenderse figuradamente, no de modo literal, como él mismo aclaró en Juan 6:45 y según lo que Juan escribió mucho tiempo después de la muerte de Jesús: “A Dios ningún hombre lo ha visto jamás; el dios unigénito que está en la posición del seno para con el Padre es el que lo ha explicado”. (Jn 1:18; 1Jn 4:12.)
¿Qué quiso decir Tomás cuando dijo a Jesús: “Mi Señor y mi Dios”?
Cuando Jesús se apareció a Tomás y a los otros apóstoles, con lo que eliminó las dudas de Tomás sobre su resurrección, este —ya convencido— exclamó a Jesús: “¡Mi Señor y mi Dios! [literalmente, “¡El Señor de mí y el Dios (ho The·ós) de mí!”]”. (Jn 20:24-29.) Algunos eruditos han entendido que esa expresión es una exclamación de asombro pronunciada ante Jesús, pero dirigida en realidad a Dios, su Padre. Sin embargo, otros afirman que el griego original exige que las palabras se consideren dirigidas a Jesús. Aunque ese fuese el caso, la expresión “Mi Señor y mi Dios” tendría que concordar con el resto de las Escrituras inspiradas. Como el registro muestra que antes Jesús había dirigido a sus discípulos el mensaje: “Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes”, no hay razón para creer que Tomás pensara que Jesús era el Dios Todopoderoso. (Jn 20:17.) Después de relatar esta conversación de Tomás con Jesús resucitado, el mismo Juan hace el siguiente comentario sobre este y otros relatos similares: “Pero estas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo elHijo de Dios, y que, a causa de creer, tengan vida por medio de su nombre”. (Jn 20:30, 31.)
De modo que Tomás pudo haberse dirigido a Jesús como “mi Dios” en el sentido de que fuese “un dios”, aunque no el Dios Todopoderoso ni “el único Dios verdadero”, a quien Jesús dirigía sus oraciones, las cuales Tomás había oído a menudo. (Jn 17:1-3.) O quizás se dirigió a Jesús como “mi Dios” de un modo similar al de las expresiones de sus antepasados registradas en las Escrituras Hebreas, con las que estaba familiarizado. En algunas ocasiones, cuando un mensajero angélico de Jehová visitaba o se dirigía a una persona, dicha persona, o a veces el propio escritor bíblico, respondía a ese mensajero o hablaba de él como si se tratase de Jehová Dios. (Compárese con Gé 16:7-11, 13; 18:1-5, 22-33; 32:24-30; Jue 6:11-15; 13:20-22.) Esto se debía a que el mensajero angélico actuaba como representante de Jehová, hablaba en su nombre y quizás hasta empleaba el pronombre en primera persona del singular y decía: “Yo soy el Dios verdadero”. (Gé 31:11-13; Jue 2:1-5.) Por consiguiente, Tomás pudo llamar a Jesús “mi Dios” en este sentido, en reconocimiento o confesión de Jesús como el representante y portavoz del Dios verdadero. En cualquier caso, lo que es cierto es que las palabras de Tomás no contradicen la declaración expresa que él mismo había oído de boca de Jesús, a saber: “El Padre es mayor que yo”. (Jn 14:28.)
Su nacimiento en la Tierra. Antes de que Jesús naciera en la Tierra, hubo ángeles que se aparecieron en forma humana en este planeta, los cuales probablemente se materializaron en cuerpos adecuados para el caso y se desmaterializaron una vez terminadas sus asignaciones. (Gé 19:1-3; Jue 6:20-22; 13:15-20.) De modo que siguieron siendo criaturas celestiales, pues utilizaron un cuerpo físico solo de modo temporal. Sin embargo, ese no fue el caso cuando el Hijo de Dios vino a la Tierra y llegó a ser el hombre Jesús. Juan 1:14 dice que “la Palabra vino a ser carne y residió entre nosotros”. Por esa razón, podía llamarse a sí mismo “Hijo del hombre”. (Jn 1:51;3:14, 15.) Hay quien recurre a la expresión “residió [literalmente, “moró en tienda”] entre nosotros”, para alegar que esto muestra que Jesús no era un humano verdadero, sino una encarnación. Sin embargo, el apóstol Pedro usa una expresión similar acerca de sí mismo y obviamente no era una encarnación. (2Pe 1:13, 14.)
El registro inspirado dice: “Pero el nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. Durante el tiempo que su madre María estaba comprometida para casarse con José, se halló que estaba encinta por espíritu santo antes que se unieran”. (Mt 1:18.) Previamente, el mensajero angélico de Jehová había informado a la muchacha virgen, María, que‘concebiría en su matriz’ como resultado de que el espíritu santo de Dios viniera sobre ella y Su poder la cubriera con su sombra. (Lu 1:30, 31, 34, 35.) Puesto que hubo una verdadera concepción, parece ser que Jehová fertilizó un óvulo en la matriz de María y transfirió la vida de su Hijo primogénito de la región de los espíritus a la Tierra. (Gál 4:4.) Solo de ese modo podría conservar su identidad el niño que iba a nacer, es decir, ser la misma persona que había residido en el cielo con el nombre de la Palabra, y llegar a ser un verdadero hijo de María y por consiguiente un genuino descendiente de sus antepasados Abrahán, Isaac, Jacob, Judá y el rey David, y heredero legítimo de las promesas divinas que ellos recibieron. (Gé 22:15-18; 26:24; 28:10-14; 49:10; 2Sa 7:8,11-16; Lu 3:23-34; véase GENEALOGÍA DE JESUCRISTO.) Por consiguiente, es probable que el hijo que nació se pareciera a su madre judía en ciertos rasgos físicos.
María descendía del pecador Adán, por lo que también era imperfecta y pecadora. Así que surge la pregunta de cómo podía ser que Jesús, el “primogénito” de María (Lu 2:7), fuese un hombre perfecto y libre de pecado en su organismo físico. Aunque la genética moderna ha aprendido mucho sobre las leyes de herencia y los caracteres dominantes y recesivos, no tiene ninguna experiencia en los resultados de unir la perfección con la imperfección, como fue el caso de la concepción de Jesús. De los resultados que la Biblia revela se deduce que la fuerza de vida perfecta masculina, que causó la concepción, anuló cualquier imperfección existente en el óvulo de María, y produjo un patrón genético (y un desarrollo embrionario) perfecto desde su comienzo. En cualquier caso, fue la actuación del espíritu santo de Dios en aquel momento lo que garantizó el éxito de Su propósito. Como le explicó el ángel Gabriel a María, el “poder del Altísimo” la cubrió con su sombra, de modo que lo que nació fue santo, Hijo de Dios. El espíritu santo de Dios formó, por decirlo así, un muro protector desde la concepción en adelante para que ninguna imperfección o fuerza dañina pudiera perjudicar o manchar el embrión en desarrollo. (Lu 1:35.)
Jesús debía su vida humana a su Padre celestial, no a ningún humano, como su padre adoptivo José, pues el espíritu santo de Dios había hecho posible su nacimiento. (Mt 2:13-15; Lu 3:23.) Según dice Hebreos 10:5, Jehová Dios le ‘preparó un cuerpo’, y Jesús fue verdaderamente “incontaminado, separado de los pecadores” desde el tiempo de la concepción en adelante. (Heb 7:26; compárese con Jn 8:46; 1Pe 2:21, 22.)
Por tanto, la profecía mesiánica registrada en Isaías 52:14, que habla de “la desfiguración en cuanto a su apariencia”, debe aplicar a Jesús el Mesías solo de un modo figurado. (Compárese con el vs. 7 del mismo capítulo.) Aunque de físico perfecto, el mensaje de verdad y justicia que Jesús proclamó con denuedo le volvió repulsivo a los ojos de los opositores hipócritas, quienes alegaban ver en él a un agente de Beelzebub, a un hombre poseído por un demonio, a un engañador blasfemo. (Mt 12:24; 27:39-43; Jn 8:48; 15:17-25.) De modo similar, el mensaje que más tarde proclamaron sus discípulos hizo que llegaran a ser un “olor grato” de vida para las personas receptivas, pero un olor de muerte para los que rechazaron su mensaje. (2Co 2:14-16.)
Cuándo nació y cuánto duró su ministerio. Jesús debió nacer en el mes de Etanim (septiembre-octubre) del año 2 a. E.C., se bautizó hacia la misma época del año 29 E.C., y murió sobre las tres de la tarde de un viernes, día 14, del mes primaveral de Nisán (marzo-abril) del año 33 E.C. La base para esas fechas es la siguiente:
Jesús nació unos seis meses después que su pariente Juan (el Bautista), durante la gobernación del emperador romano César Augusto (31 a. E.C.-14 E.C.) y la gobernación de Quirinio en Siria (véanse las fechas probables de la administración de Quirinio en INSCRIPCIÓN), y hacia el fin del reinado de Herodes el Grande sobre Judea. (Mt 2:1, 13, 20-22; Lu 1:24-31, 36; 2:1, 2, 7.)
Su nacimiento en relación con la muerte de Herodes. Aunque la fecha de la muerte de Herodes es un asunto muy debatido, hay bastantes razones para pensar que se produjo en el año 1 a. E.C. (Véanse CRONOLOGÍA [Eclipses lunares]; HERODESnúm. 1 [Fecha de su muerte].) Entre el nacimiento de Jesús y la muerte de Herodes tuvieron lugar varios acontecimientos. Por ejemplo: la circuncisión de Jesús al octavo día (Lu 2:21), el que se le llevara al templo de Jerusalén cuarenta días después de su nacimiento (Lu 2:22, 23; Le 12:1-4, 8), el viaje de los astrólogos “de las partes orientales” a Belén (donde Jesús ya no estaba en un pesebre, sino en una casa, Mt 2:1-11; compárese con Lu 2:7, 15, 16), la huida de José y María a Egipto con el niño (Mt 2:13-15) y la matanza de los niños menores de dos años en Belén y sus distritos cuando Herodes se dio cuenta de que los astrólogos no habían seguido sus instrucciones (lo que indica que para entonces Jesús no era un recién nacido). (Mt 2:16-18.) El que Jesús naciera en el otoño del año 2 a. E.C. permitiría suficiente tiempo para que esos acontecimientos tuvieran lugar entre su nacimiento y la muerte de Herodes, probablemente en 1 a. E.C. No obstante, hay más razones para situar el nacimiento de Jesús en el año 2 a. E.C.
Relación entre el ministerio de Juan y el de Jesús. Para hallar más base en apoyo de las fechas que se ofrecen al principio de este subtema, se puede acudir a Lucas 3:1-3, donde se muestra que Juan el Bautista empezó a predicar y bautizar en el “año decimoquinto del reinado de Tiberio César”. El año decimoquinto se extendió desde la segunda mitad de 28 E.C. hasta agosto o septiembre de 29 E.C. (Véase TIBERIO.) En cierto momento del ministerio de Juan, Jesús fue a él para que lo bautizara. Cuando, a continuación, Jesús comenzó su propio ministerio, “era como de treinta años”. (Lu 3:21-23.) A los treinta años, la misma edad con la que David llegó a ser rey, ya no estaría en sujeción a sus padres humanos. (2Sa 5:4, 5; compárese con Lu 2:51.)
Según Números 4:1-3, 22, 23, 29, 30, los que entraban en el servicio del santuario bajo el pacto de la Ley tenían “de treinta años de edad para arriba”. Es razonable que Juan el Bautista, levita e hijo de un sacerdote, empezara su ministerio a la misma edad, no en el templo, naturalmente, sino en la asignación especial que Jehová tenía para él. (Lu 1:1-17, 67, 76-79.) La mención específica, por dos veces, de la diferencia de edad entre Juan y Jesús, así como la correlación entre las apariciones y mensajes del ángel de Jehová al anunciar ambos nacimientos (Lu 1), dan base suficiente para creer que sus ministerios siguieron un programa similar; o sea, que el comienzo del ministerio de Juan, como precursor de Jesús precedió en unos seis meses al comienzo del ministerio de Jesús.
De acuerdo con estos hechos, Juan nació treinta años antes de empezar su ministerio en el año decimoquinto de Tiberio, es decir, en algún momento entre la segunda mitad de 3 a. E.C. y agosto o septiembre de 2 a. E.C., y Jesús nació unos seis meses más tarde.
Prueba de un ministerio de tres años y medio de duración. Gracias a otros datos cronológicos aún puede llegarse a una conclusión más precisa. Estos datos tienen que ver con la duración del ministerio de Jesús y el tiempo de su muerte. La profecía registrada en Daniel 9:24-27 (examinada con detalle en el artículo SETENTA SEMANAS) sitúa la aparición del Mesías en el principio de la septuagésima “semana” de años (Da 9:25), y su muerte de sacrificio, a mediados o “a la mitad” de la última semana, dando fin a la validez de los sacrificios y ofrendas bajo el pacto de la Ley. (Da 9:26, 27; compárese con Heb 9:9-14; 10:1-10.) Esto significaría que el ministerio de Jesús duró tres años y medio (la mitad de una “semana” de siete años).
El que el ministerio de Jesús durara tres años y medio hasta terminar con su muerte en la Pascua requeriría que este período incluyera cuatro pascuas en total. Se alude a estas cuatro pascuas en Juan 2:13; 5:1; 6:4 y 13:1. En Juan 5:1 no se menciona específicamente la Pascua, sino que solo se alude a “una [“la”, según ciertos manuscritos antiguos] fiesta de los judíos”. Sin embargo, hay base para creer que se refiere a la Pascua y no a cualquier otra de las fiestas anuales.
Con anterioridad (Juan 4:35) Jesús había dicho que aún faltaban “cuatro meses antes que [llegara] la siega”. La temporada de la siega, en particular la siega de la cebada, empezaba en la época de la Pascua (14 de Nisán). De modo que Jesús dijo lo anterior cuatro meses antes, o más o menos en el mes de Kislev (noviembre-diciembre). La “fiesta de la dedicación”, celebrada después del exilio, tenía lugar en el mes de Kislev, pero no era una de las grandes fiestas a las que se debía asistir en Jerusalén. (Éx 23:14-17; Le 23:4-44.) Según la tradición judía, esa fiesta se celebraba en las muchas sinagogas que había por todo el país. (Véase FIESTA DE LA DEDICACIÓN.) Más tarde, en Juan 10:22, se menciona específicamente que Jesús asistió a una de estas fiestas de la dedicación en Jerusalén; sin embargo, parece que ya estaba en esa zona desde la fiesta anterior, la de las cabañas, de modo que no fue especialmente a Jerusalén con ese propósito. Por otro lado, en Juan 5:1 se indica con claridad que Jesús fue de Galilea (Jn 4:54) a Jerusalén debido a esa “fiesta de los judíos” en particular.
La única otra fiesta que había entre Kislev y la Pascua era el Purim, que se celebraba en Adar (febrero-marzo), casi un mes antes de la Pascua. Pero la fiesta del Purim, iniciada después del exilio, también se celebraba por todo el país en las casas y las sinagogas. (Véase PURIM.) Por lo tanto, lo más lógico es que la “fiesta de los judíos” a la que se hace referencia en Juan 5:1 haya sido la Pascua, y el que Jesús fuera a Jerusalén estuvo en conformidad con la ley de Dios dada a Israel. Es cierto que después Juan solo registra unos cuantos acontecimientos antes de la siguiente mención de la Pascua. (Jn 6:4.) No obstante, si se repasa la tabla “Acontecimientos principales de la vida humana de Jesús”, se observa que la narración que Juan hace del principio del ministerio terrestre de Jesús es muy breve, pues muchos de los acontecimientos que ya habían narrado los otros tres evangelistas se pasaron por alto. De hecho, la intensa actividad de Jesús, según el registro de los otros evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas), apoya la conclusión de que entre los acontecimientos registrados en Juan 2:13 y 6:4 hubo una pascua anual.
Cuándo murió. Jesucristo murió en la primavera, el día de la Pascua, es decir, el 14 de Nisán (o Abib) del calendario judío. (Mt 26:2; Jn 13:1-3; Éx 12:1-6; 13:4.) Aquel año la Pascua se celebró el día sexto de la semana (los judíos contaban desde la puesta del Sol del jueves hasta la puesta del Sol del viernes). Se llega a esta conclusión por lo que diceJuan 19:31 en cuanto a que el día siguiente era un sábado “grande”. Al día después de la Pascua siempre se le consideraba un sábado, independientemente del día de la semana en que cayera. (Le 23:5-7.) Pero cuando este sábado especial coincidía con un sábado normal (el séptimo día de la semana), llegaba a ser un sábado “grande”. De modo que la muerte de Jesús ocurrió un viernes, 14 de Nisán, cerca de las tres de la tarde. (Lu 23:44-46.)
Resumen de las pruebas. En resumen, como Jesús murió en el mes primaveral de Nisán, su ministerio —que según Daniel 9:24-27 había empezado tres años y medio antes— debió comenzar en otoño, en el mes de Etanim (que cae entre septiembre y octubre). Esto significaría que el ministerio de Juan (iniciado en el año decimoquinto de Tiberio) empezó en la primavera del año 29 E.C. Por lo tanto, el nacimiento de Juan debería situarse en la primavera del año 2 a. E.C., y el de Jesús, seis meses más tarde, en el otoño del año 2 a. E.C.; su ministerio empezaría treinta años más tarde, en el otoño de 29 E.C., y su muerte llegaría en el año 33 E.C. (el 14 de Nisán, en la primavera, como ya se ha dicho).
No hay base para decir que nació en invierno. Por consiguiente, la idea popular de que Jesús nació el 25 de diciembre no tiene ninguna base bíblica. Como muestran muchas obras de consulta, esta fecha proviene de una fiesta pagana. El docto jesuita Urbanus Holzmeister escribió lo siguiente sobre el origen de la celebración del 25 de diciembre:
“Hoy normalmente se admite que el 25 de diciembre era una fecha festiva de los paganos. Petavio [docto jesuita francés, 1583-1652] ya dijo en su día que el 25 de diciembre se celebraba ‘el cumpleaños del sol invicto’.
”Entre los testimonios de esta fiesta se cuentan: a) el Calendario de Furio Dionisio Filócalo, compuesto en el año 354 [E.C.], en el que se dice: ‘25 de diciembre, el C(umpleaños) del (Sol) invicto’; b) el calendario del astrólogo Antíoco (compuesto sobre 200 [E.C.]): ‘Mes de diciembre [...] 25 [...]. El cumpleaños del Sol; aumenta la luz diurna’; c) César Juliano [Juliano el Apóstata, emperador, 361-363 E.C.] habló en favor de los juegos que se celebraban al final del año en honor del Sol, al que se llamaba ‘el Sol invicto’.” (Chronologia vitae Christi, Pontificium Institutum Biblicum, Roma, 1933, pág. 46.)
Quizás la prueba más patente de que la fecha del 25 de diciembre es errónea sea el relato bíblico que dice que había pastores en los campos cuidando sus rebaños la noche del nacimiento de Jesús. (Lu 2:8, 12.) La temporada de lluvia empezaba en el otoño, en el mes de Bul (que cae entre octubre y noviembre) (Dt 11:14), y en este mes los rebaños pasaban la noche protegidos en cobertizos. El mes siguiente, Kislev (noveno del calendario judío; caía entre noviembre y diciembre), era un mes frío y lluvioso (Jer 36:22;Esd 10:9, 13), y Tebet (que caía entre diciembre y enero) tenía las temperaturas más bajas del año, con nieves ocasionales en la región montañosa. Por lo tanto, el que hubiera pastores en los campos durante la noche concuerda con el hecho de que Jesús nació a principios de otoño, en el mes de Etanim. (Véanse BULKISLEV.)
Otra prueba que indica que Jesús no nació en diciembre es que no sería muy probable que el emperador romano escogiera un mes frío y lluvioso para que sus súbditos judíos (proclives a rebelarse) viajaran “cada uno a su propia ciudad” para inscribirse. (Lu 2:1-3; compárese con Mt 24:20; véase TEBET.)
Primeros años de su vida. El registro de los primeros años de la vida de Jesús es breve. Nació en Belén de Judea, la ciudad natal del rey David, y se le llevó a Nazaret de Galilea después que su familia volvió de Egipto, todo ello en cumplimiento de la profecía divina. (Mt 2:4-6, 14, 15, 19-23; Miq 5:2; Os 11:1; Isa 11:1; Jer 23:5.) José, el padre adoptivo de Jesús, era carpintero (Mt 13:55), y, al parecer, de escasos recursos. (Compárese Lu 2:22-24 con Le 12:8.) De modo que Jesús, que había nacido en un establo, pasó su niñez en unas circunstancias bastante humildes. Por otra parte, Nazaret no tenía relevancia histórica, aunque estaba cerca de varias rutas comerciales principales, y es posible que muchos judíos la menospreciaran. (Compárese con Jn 1:46; véanse GRABADOS, vol. 2, pág. 539; NAZARET.)
No se sabe nada de los primeros años de la vida de Jesús, excepto que “el niñito continuó creciendo y haciéndose fuerte, lleno como estaba de sabiduría, y el favor de Dios continuó sobre él”. (Lu 2:40.) Con el tiempo la familia fue creciendo, pues a José y María les nacieron cuatro hijos y algunas hijas. (Mt 13:54-56.) De modo que el hijo “primogénito” de María (Lu 2:7) no se crió como hijo único. Esto puede explicar por qué sus padres emprendieron el viaje de regreso de Jerusalén sin darse cuenta por un tiempo de que Jesús, su hijo mayor, no estaba en el grupo. La estancia de Jesús a los doce años de edad en el templo, donde se puso a interrogar y escuchar a los maestros judíos, a los que dejó asombrados, es el único incidente de los primeros años de su vida que se cuenta con cierto detalle. (GRABADO, vol. 2, pág. 538.) La respuesta que dio a sus preocupados padres cuando lo localizaron en el templo muestra que conocía la naturaleza milagrosa de su nacimiento y percibía su futuro mesiánico. (Lu 2:41-52.) Es lógico pensar que su madre y su padre adoptivo le hubieran transmitido la información que obtuvieron de las visitas angélicas, así como de las profecías que Simeón y Ana pronunciaron en el primer viaje a Jerusalén, cuarenta días después del nacimiento de Jesús. (Mt 1:20-25; 2:13, 14, 19-21; Lu 1:26-38; 2:8-38.)
No hay nada que indique que Jesús haya tenido o ejercido algún tipo de poder milagroso durante su niñez, como se registra en los cuentos fantásticos que recogen algunas obras apócrifas, como por ejemplo, el llamado evangelio de Tomás. La transformación del agua en vino en Caná, realizada durante su ministerio, fue el “principio de sus señales”. (Jn 2:1-11.) Asimismo, mientras estuvo con su familia en Nazaret, no hizo ningún despliegue ostentoso de su sabiduría y superioridad como humano perfecto, lo que quizás explique por qué sus medio hermanos no ejercieron fe en él durante su ministerio terrestre, y por qué la mayor parte de la población de Nazaret no creyó en él. (Jn 7:1-5; 6:1, 4-6.)
No obstante, la gente de Nazaret conocía bien a Jesús (Mt 13:54-56; Lu 4:22); sin duda, debieron notar su personalidad y magníficas cualidades, al menos aquellos que apreciaban la justicia y la bondad. (Compárese con Mt 3:13, 14.) Jesús asistía a la sinagoga todos los sábados y era una persona instruida, como lo muestra el que podía encontrar y leer partes de las Santas Escrituras, aunque no había asistido a las escuelas rabínicas de “enseñanza superior”. (Lu 4:16; Jn 7:14-16.)
La brevedad del registro sobre estos primeros años se debe a que Jehová todavía no había ungido a Jesús como “el Cristo” (Mt 16:16) y a que este no había empezado a cumplir con la asignación divina que le aguardaba. Su niñez y desarrollo, así como su nacimiento, fueron necesarios pero no trascendentales; en realidad, fueron medios para un fin. Como Jesús dijo más tarde al gobernador romano Pilato, “Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad”. (Jn 18:37.)
Su bautismo. El derramamiento del espíritu santo en el bautismo de Jesús marcó el momento en que llegó a ser el Mesías o Cristo, el Ungido de Dios (cuando los ángeles usaron ese título al anunciar su nacimiento fue en un sentido profético; Lu 2:9-11; nótense también los vss. 25, 26). Juan había estado ‘preparando el camino’ para “el medio de salvar de Dios” durante seis meses. (Lu 3:1-6.) A Jesús se le bautizó cuando tenía “como [...] treinta años”, a pesar de las objeciones iniciales de Juan, que hasta entonces solo había bautizado a pecadores arrepentidos. (Mt 3:1, 6, 13-17; Lu 3:21-23.) Sin embargo, Jesús no tenía pecado, así que su bautismo fue un testimonio de que se presentaba para hacer la voluntad de su Padre. (Compárese con Heb 10:5-9.) Después que Jesús “salió del agua”, y mientras oraba, “vio que los cielos se abrían”, el espíritu de Dios descendía sobre él en forma corporal de paloma y se oyó la voz de Jehová desde el cielo decir: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado”. (Mt 3:16, 17; Mr 1:9-11; Lu 3:21, 22.)
Es probable que el espíritu de Dios derramado sobre Jesús aclarara muchos puntos en su mente. Sus propias expresiones a partir de entonces y en particular la íntima oración a su Padre la noche de la Pascua de 33 E.C., muestran que recordaba su existencia prehumana y lo que había oído decir a su Padre y le había visto hacer, así como la gloria de que disfrutó en los cielos. (Jn 6:46; 7:28, 29; 8:26, 28, 38; 14:2; 17:5.) Es posible que se le devolvieran estos recuerdos cuando fue bautizado y ungido.
Cuando se ungió a Jesús con espíritu santo, se le nombró y comisionó para llevar a cabo su ministerio de predicar y enseñar (Lu 4:16-21), y para servir en calidad de Profeta de Dios. (Hch 3:22-26.) Pero, más importante aún, este ungimiento lo nombró y comisionó como el Rey prometido de Jehová, el heredero del trono de David (Lu 1:32, 33, 69; Heb 1:8, 9) y de un reino eterno. Por esta razón, más adelante pudo decir a los fariseos: “El reino de Dios está en medio de ustedes”. (Lu 17:20, 21.) De modo similar, a Jesús se le ungió para actuar como el Sumo Sacerdote de Dios, no como descendiente de Aarón, sino según la semejanza del rey-sacerdote Melquisedec. (Heb 5:1, 4-10; 7:11-17.)
Jesús había sido el Hijo de Dios desde su nacimiento, igual que Adán había sido “hijo de Dios”. (Lu 3:38; 1:35.) Así lo identificaron a partir de ese momento los ángeles. Por consiguiente, cabe pensar que la declaración que acompañó a la unción por el espíritu de Dios, cuando después del bautismo de Jesús se oyó decir: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado” (Mr 1:11), fue más que solo un reconocimiento de la identidad de Jesús. Según todos los indicios, entonces Jesús fue engendrado o producido por Dios como su Hijo espiritual, ‘nació otra vez’, por decirlo así, con el derecho de recibir vida de nuevo como Hijo celestial de Dios en los cielos. (Compárese con Jn 3:3-6; 6:51; 10:17, 18; véanse BAUTISMOUNIGÉNITO.)
Su posición fundamental en el propósito de Dios. Jehová Dios tuvo a bien hacer que su Hijo primogénito fuese la figura central o clave en el cumplimiento de todos sus propósitos (Jn 1:14-18; Col 1:18-20; 2:8, 9), la persona en la que convergería la luz de todas las profecías y desde la que se irradiaría esta luz (1Pe 1:10-12; Rev 19:10; Jn 1:3-9), la solución a todos los problemas que había ocasionado la rebelión de Satanás (Heb 2:5-9, 14, 15; 1Jn 3:8) y el fundamento sobre el que Dios edificaría todos sus preparativos futuros para el bien eterno de su familia universal en el cielo y en la Tierra. (Ef 1:8-10; 2:20; 1Pe 2:4-8.) Debido a la función vital que desempeña en el propósito de Dios, Jesús pudo decir apropiadamente y sin exageración: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. (Jn 14:6.)
El “secreto sagrado”. El propósito de Dios según se reveló en Jesucristo permaneció como un “secreto sagrado [o misterio] [...] guardado en silencio por tiempos de larga duración”. (Ro 16:25-27.) Durante más de cuatro mil años, desde la rebelión en Edén, hubo hombres de fe que aguardaban el cumplimiento de la promesa de Dios de que habría una “descendencia” que magullaría la cabeza del adversario semejante a una serpiente, y con ello traería alivio a la humanidad. (Gé 3:15.) Por casi dos mil años ellos habían basado su esperanza en el pacto que Jehová hizo con Abrahán, según el cual, una “descendencia” ‘tomaría posesión de la puerta de sus enemigos’ y por medio de ella se bendecirían todas las naciones de la Tierra. (Gé 22:15-18.)
Cuando por fin “llegó el límite cabal del tiempo, Dios envió a su Hijo”, y a través de él reveló el significado del “secreto sagrado”, dio la respuesta definitiva a la cuestión que había hecho surgir el adversario de Dios (véase JEHOVÁ [La cuestión suprema es de naturaleza moral]) y suministró los medios para redimir a la humanidad obediente del pecado y la muerte gracias al sacrificio de rescate de su Hijo. (Gál 4:4; 1Ti 3:16; Jn 14:30; 16:33; Mt 20:28.) De este modo Jehová Dios eliminó cualquier incertidumbre o ambigüedad que pudiera haber en la mente de sus siervos con respecto a su propósito. Por eso el apóstol dice que “no importa cuántas sean las promesas de Dios, han llegado a ser Sí mediante [Cristo Jesús]”. (2Co 1:19-22.)
El “secreto sagrado” no consistía tan solo en identificar a Jesús como el Hijo de Dios, sino en definir el papel que se le asignó en el propósito predeterminado de Dios y la revelación y realización de ese propósito a través de Jesucristo. Tal propósito, que por tanto tiempo había sido un secreto, era “para una administración al límite cabal de los tiempos señalados, a saber: reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas [que están] en los cielos y las cosas [que están] en la tierra”. (Ef 1:9, 10.)
Uno de los aspectos del “secreto sagrado” cristalizado en Cristo Jesús es que él encabeza un nuevo gobierno celestial, cuyos miembros serán personas (judías y no judías) tomadas de la población de la Tierra, y cuyo dominio abarcará tanto el cielo como la Tierra. En la visión registrada en Daniel 7:13, 14 aparece alguien “como un hijo del hombre” (título que más tarde se aplicó con frecuencia a Cristo: Mt 12:40; 24:30; Lu 17:26; compárese con Rev 14:14) en la corte celestial de Jehová, y se le da “gobernacióny dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él”. La misma visión, sin embargo, muestra que los “santos del Supremo” también van a compartir con este “hijo del hombre” su reino, gobernación y grandeza. (Da 7:27.) Mientras Jesús estuvo en la Tierra, seleccionó de entre sus discípulos a los primeros de los futuros miembros de ese gobierno del Reino. Después que ‘continuaron con él en sus pruebas’, hizo un pacto con ellos para un reino, orando a su Padre para que los santificase (o los hiciera “santos”) y pidiéndole que ‘donde él estuviera, ellos también estuvieran con él, para que contemplaran su gloria que le había dado’. (Lu 22:28, 29; Jn 17:5, 17, 24.) Por estar así en unión con Cristo, la congregación cristiana también desempeña su papel en el “secreto sagrado”, como más tarde expresa el apóstol inspirado. (Ef 3:1-11; 5:32; Col 1:26, 27; véase SECRETO SAGRADO.)
“Agente Principal de la vida.” Por bondad inmerecida de su Padre, Cristo Jesús entregó su vida humana perfecta en sacrificio, lo que hizo posible que sus seguidores escogidos pudiesen estar en unión con él reinando en el cielo y que hubiera súbditos terrestres de dicho Reino. (Mt 6:10; Jn 3:16; Ef 1:7; Heb 2:5; véase RESCATE.) De este modo llegó a ser el “Agente Principal [“Príncipe”, ENP; Ga; NC, 1981; Besson;“Caudillo”, BC] de la vida” para toda la humanidad. (Hch 3:15.) El término griego que se usa en este pasaje significa básicamente “caudillo principal”, y es una palabra emparentada con la que se aplicó a Moisés (Hch 7:27, 35) en su papel de “gobernante” de Israel.
Por tanto, en su función de “caudillo principal” o “pionero de la Vida” (Moffat [en inglés]), Jesús introdujo un elemento nuevo y esencial para conseguir la vida eterna: su papel de intermediario o mediador, que también lo desempeña en sentido administrativo. Es el Sumo Sacerdote de Dios que puede limpiar por completo del pecado y liberar de los efectos mortíferos de este (Heb 3:1, 2; 4:14; 7:23-25; 8:1-3); es el Juez nombrado en cuyas manos se encomienda todo juicio, de modo que administra con prudencia los beneficios de su rescate a las personas de la humanidad que merezcan vivir bajo su gobernación (Jn 5:22-27; Hch 10:42, 43); mediante él también se consigue la resurrección de los muertos. (Jn 5:28, 29; 6:39, 40.) Debido a que Jehová Dios quiso utilizar así a su Hijo, “no hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”. (Hch 4:12; compárese con 1Jn 5:11-13.)
Como su “nombre” también abarca este aspecto de la autoridad de Jesús, mediante él sus discípulos, en calidad de representantes del Agente Principal de la vida, podían curar a personas de sus enfermedades ocasionadas por el pecado heredado e incluso podían levantar a los muertos. (Hch 3:6, 15, 16; 4:7-11; 9:36-41; 20:7-12.)
El pleno significado de su “nombre”. Aunque la muerte de Jesús en un madero de tormento desempeña un papel vital en la salvación humana, la aceptación de esta verdad no es de ningún modo todo lo que conlleva el hecho de ‘poner fe en el nombre de Jesús’. (Hch 10:43.) Después de su resurrección, Jesús dijo a sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra”, mostrando así que encabeza un gobierno de dominio universal. (Mt 28:18.) El apóstol Pablo aclaró que el Padre de Jesús “no dejó nada que no esté sujeto a él”, con la lógica excepción de “aquel que le sujetó todas las cosas”, es decir, Jehová, el Dios Soberano. (1Co 15:27; Heb 1:1-14; 2:8.) El “nombre” de Jesucristo es más excelso que el de los ángeles de Dios, en el sentido de que abarca o representa la enorme autoridad ejecutiva que Jehová ha delegado en él. (Heb 1:3, 4.) Solo podrán conseguir la vida eterna los que reconozcan ese “nombre” voluntariamente y se inclinen ante él, sujetándose a la autoridad que representa. (Hch 4:12; Ef 1:19-23; Flp 2:9-11.) Deben amoldarse sinceramente y sin hipocresía a las normas que Jesús ejemplificó, y obedecer con fe los mandamientos que dio. (Mt 7:21-23; Ro 1:5; 1Jn 3:23.)
¿Qué es el “nombre” de Jesús que hace que todas las naciones odien a los cristianos?
Algo que también ilustra este otro aspecto del “nombre” de Jesús es la advertencia profética de que sus seguidores serían “objeto de odio de parte de todas las naciones por causa de [su] nombre”. (Mt 24:9; también Mt 10:22; Jn 15:20, 21; Hch 9:15, 16.) Es evidente que este odio no se debería a que su nombre representaba a un Rescatador o Redentor, sino, más bien, a que representaba al Gobernante nombrado de Dios, el Rey de reyes, ante quien todas las naciones deben inclinarse en sumisión si no quieren ser destruidas. (Rev 19:11-16; compárese con Sl 2:7-12.)
Del mismo modo, es seguro que los demonios obedecieron la orden de Jesús de salir de los posesos, no debido a que Jesús fuese el Cordero sacrificatorio de Dios, sino a la autoridad que conllevaba su nombre como el representante ungido del Reino, aquel que tenía autoridad para llamar, no solo a una legión de ángeles, sino a una docena de legiones capaces de expulsar a cualquier demonio que tercamente resistiera la orden de salir. (Mr 5:1-13; 9:25-29; Mt 12:28, 29; 26:53; compárese con Da 10:5, 6, 12, 13.) Los apóstoles fieles de Jesús recibieron autoridad para emplear su nombre con el fin de expulsar demonios, tanto antes como después de su muerte. (Lu 9:1; 10:17; Hch 16:16-18.) Sin embargo, cuando los hijos del sacerdote judío Esceva trataron de utilizar el nombre de Jesús de este modo, el espíritu inicuo desafió su derecho a invocar la autoridad que ese nombre representaba e hizo que el hombre poseído los atacara y lastimara. (Hch 19:13-17.)
Cuando los seguidores de Jesús se refirieron a su “nombre”, usaron con frecuencia la expresión el “Señor Jesús” o “nuestro Señor Jesucristo”. (Hch 8:16; 15:26; 19:5, 13, 17;1Co 1:2, 10; Ef 5:20; Col 3:17.) Lo reconocieron como su Señor, no solo porque era su Recomprador y Dueño nombrado por Dios en virtud de su sacrificio de rescate (1Co 6:20; 7:22, 23; 1Pe 1:18, 19; Jud 4), sino también debido a su posición y autoridad reales. Por la autoridad regia y sacerdotal que representaba su nombre, sus seguidores predicaron (Hch 5:29-32, 40-42), bautizaron a discípulos (Mt 28:18-20; Hch 2:38; compárese con 1Co 1:13-15), expulsaron a personas inmorales (1Co 5:4, 5) y exhortaron e instruyeron a las congregaciones cristianas que pastorearon. (1Co 1:10;2Te 3:6.) De esto se desprende que aquellos a quienes Jesús aprobara para la vida nunca podrían poner fe o demostrar lealtad a ningún otro “nombre” como si representara la autoridad de Dios para gobernar. Deberían mostrar lealtad inquebrantable al “nombre” del Rey comisionado por Dios, el Señor Jesucristo. (Mt 12:18, 21; Rev 2:13; 3:8; véaseACERCARSE A DIOS.)
‘Dar testimonio acerca de la verdad.’ A la pregunta de Pilato: “Bueno, pues, ¿eres tú rey?”, Jesús contestó: “Tú mismo dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz”. (Jn 18:37; véase CAUSA JUDICIAL [El juicio de Jesús].) Como muestran las Escrituras, la verdad acerca de la que dio testimonio no era solo la verdad en general, sino que se trataba de la verdad de máxima importancia en cuanto a lo que eran y lo que son los propósitos de Dios. Esta verdad estaba basada en el hecho fundamental de la voluntad soberana de Dios y su aptitud para cumplir dicha voluntad. Jesús reveló mediante su ministerio que esa verdad, contenida en el “secreto sagrado”, era el reino de Dios con él mismo, el “Hijo de David”, sentado como Rey Sacerdote en el trono. Este fue también, en esencia, el mensaje que proclamaron los ángeles antes de su nacimiento y una vez que este se produjo en Belén de Judea, la ciudad de David. (Lu 1:32, 33; 2:10-14; 3:31.)
Para que Jesús cumpliera en su ministerio con la comisión de dar testimonio acerca de la verdad, era necesario que no se limitase a hablar, predicar y enseñar. Además de abandonar su gloria celestial para nacer como humano, tuvo que cumplir todo lo que estaba profetizado acerca de él, entre lo que se contaban las sombras o modelos contenidos en el pacto de la Ley. (Col 2:16, 17; Heb 10:1.) A fin de sostener la verdad de la palabra y las promesas proféticas de su Padre, Jesús tuvo que vivir de tal modo que esa verdad se hiciera realidad, cumplirla de hecho y de palabra, tanto por su modelo de vida como por su muerte. Tenía que ser la verdad, de hecho, la personificación de la verdad, como él mismo dijo que era. (Jn 14:6.)
Por esta razón, el apóstol Juan pudo escribir que Jesús “estaba lleno de bondad inmerecida y verdad”, y que aunque “la Ley fue dada por medio de Moisés, la bondad inmerecida y la verdad vinieron a ser por medio de Jesucristo”. (Jn 1:14, 17.) La verdad de Dios ‘vino a ser’, es decir, llegó a su realización, por medio de estos hechos históricos: el nacimiento humano de Jesús, la presentación de sí mismo a Dios mediante bautismo en agua, sus tres años y medio de servicio público a favor del reino de Dios, su muerte en fidelidad y su resurrección al cielo. (Compárese con Jn 1:18; Col 2:17.) Por lo tanto, toda la vida terrestre de Jesucristo consistió en “dar testimonio acerca de la verdad”, acerca de lo que Dios había jurado. De modo que Jesús no fue la sombra de un Mesías o Cristo, sino el verdadero Mesías que se había prometido. No fue la sombra de un rey sacerdote, sino, en esencia y de hecho, el verdadero Rey Sacerdote que se había prefigurado. (Ro 15:8-12; compárese con Sl 18:49; 117:1; Dt 32:43; Isa 11:10.)
Esta verdad sería la que ‘libraría a los hombres’ que demostrasen que estaban “de parte de la verdad” al aceptar el papel de Jesús en el propósito de Dios. (Jn 8:32-36; 18:37.) Quien no haga caso del propósito de Dios concerniente a su Hijo, edifique esperanzas sobre cualquier otro fundamento y oriente su vida a partir de cualquier otra base, se engañará a sí mismo, creerá una mentira y seguirá la dirección del padre de la mentira, el adversario de Dios (Mt 7:24-27; Jn 8:42-47), lo que significará que ‘morirá en sus pecados’. (Jn 8:23, 24.) Por eso Jesucristo no se retuvo de declarar su lugar en el propósito de Dios.
Es verdad que dio orden rigurosa a sus discípulos de que no declararan a nadie su condición de Mesías (Mt 16:20; Mr 8:29, 30) y que en muy pocas ocasiones se refirió a sí mismo directamente como el Cristo, excepto cuando estaba en privado con ellos. (Mr 9:33, 38, 41; Lu 9:20, 21; Jn 17:3.) Pero con denuedo y regularidad hizo notar que tanto las profecías como sus obras probaban que era el Cristo. (Mt 22:41-46; Jn 5:31-39, 45-47; 7:25-31.) Cuando Jesús, “cansado del viaje”, habló con una mujer samaritana al lado de un pozo, se identificó como el Cristo, quizás a fin de despertar la curiosidad de los ciudadanos y hacer que salieran de la ciudad para verle, como por fin sucedió. (Jn 4:6,25-30.) El mero hecho de que alegara ser el Mesías no significaría nada si no lo respaldaba con pruebas. De todos modos, se requería fe de los que lo vieran y oyeran para aceptar la conclusión a la que esas pruebas señalaban inequívocamente. (Lu 22:66-71; Jn 4:39-42; 10:24-27; 12:34-36.)
Probado y perfeccionado. Jehová Dios demostró la suprema confianza que tenía en su Hijo al encargarle la misión de ir a la Tierra y ser el Mesías prometido. Él preconoció “antes de la fundación del mundo” el propósito de Dios de que hubiese una “descendencia” (Gé 3:15), el Mesías, que sirviera de Cordero sacrificatorio. (1Pe 1:19, 20.) La expresión “antes de la fundación del mundo” se considera en el encabezamiento PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN (La predeterminación del Mesías). Sin embargo, el registro bíblico no dice con exactitud cuándo designó o informó Jehová a la persona específica que había escogido para desempeñar tal papel, si fue en el tiempo de la rebelión de Edén o después. Los requisitos, en particular los del sacrificio de rescate, hacían imposible que fuera un humano imperfecto, pero no que fuera un hijo celestial perfecto. De todos los millones de hijos celestiales, Jehová seleccionó a uno para que se encargara de esta asignación: su Primogénito, la Palabra. (Compárese conHeb 1:5, 6.)
El Hijo de Dios aceptó voluntariamente la asignación, como se desprende de Filipenses 2:5-8, donde se registra que “se despojó a sí mismo” de su gloria celestial y naturaleza de espíritu, y “tomó la forma de un esclavo” al ser transferida su vida al plano terrestre, material y humano. Esta asignación que le esperaba representaba una responsabilidad inmensa, pues había mucho en juego. Si se mantenía fiel, podía probar que era falsa la afirmación de Satanás de que los siervos de Dios lo negarían bajo privación, sufrimiento y prueba, afirmación que se registra en el caso de Job. (Job 1:6-12; 2:2-6.) Como el Hijo primogénito, Jesús podía ser la criatura de Dios que diera la respuesta más concluyente a esa acusación y que defendiera mejor a su Padre en la mayor cuestión, que tenía que ver con lo legítimo de la soberanía universal de Jehová. De ese modo demostraría que era el “Amén, el testigo fiel y verdadero”. (Rev 3:14.) De haber fallado, él, más que ninguna otra criatura, habría acarreado oprobio al nombre de su Padre.
Por supuesto, al seleccionar a su Hijo unigénito, Jehová no estaba ‘imponiendo las manos apresuradamente sobre él’, con el riesgo de ser ‘partícipe de sus posibles pecados’, pues Jesús no era un principiante que ‘se hinchara de orgullo y cayera en el juicio pronunciado contra el Diablo’ con facilidad. (Compárese con 1Ti 5:22; 3:6.) Jehová ‘conocía plenamente’ a su Hijo por su relación íntima con él desde tiempos inmemoriales (Mt 11:27; compárese con Gé 22:12; Ne 9:7, 8), y por eso podía designarle para cumplir las infalibles profecías de su Palabra. (Isa 46:10, 11.) De modo que Dios no estaba garantizando arbitraria o automáticamente que su Hijo tendría “éxito seguro” tan solo por colocarlo en el papel del Mesías profetizado (Isa 55:11), como dice la teoría de la predestinación.
Aunque el Hijo no había pasado antes por ninguna prueba como esa, había demostrado su fidelidad y devoción de otras maneras. Ya había tenido gran responsabilidad como el Vocero de Dios, la Palabra, pero nunca usó mal su posición y autoridad, como hizo en una ocasión el vocero terrestre de Dios, Moisés. (Nú 20:9-13; Dt 32:48-51; Jud 9.) Siendo aquel por medio de quien se hicieron todas las cosas, el Hijo era un dios, “el dios unigénito” (Jn 1:18), por lo que tuvo una posición de preeminencia y gloria entre todos los demás hijos celestiales de Dios. Sin embargo, no se hizo altivo. (Contrástese con Eze 28:14-17.) De modo que no podía decirse que el Hijo no había probado ya su lealtad, humildad y devoción de muchas maneras.
Para ilustrarlo, analice la prueba que se puso al primer hijo humano de Dios, Adán. Esta prueba no implicaba aguantar persecución ni sufrimiento, sino solo respetar obedientemente la voluntad de Dios con respecto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. (Gé 2:16, 17; véase ÁRBOL.) La rebelión y tentación de Satanás no eran parte de la prueba original de Dios, sino que procedieron de una fuente ajena a Él. Además, cuando la prueba se dio, no supuso ninguna tentación para el hombre, como fue el caso después de la desviación de Eva. (Gé 3:6, 12.) De modo que la prueba de Adán pudo haberse efectuado sin ninguna tentación o influencia malévola exterior, dependiendo solo de su corazón: de su amor a Dios y de estar libre de egoísmo. (Pr 4:23.) Si Adán hubiera sido fiel, habría podido ‘tomar del fruto del árbol de la vida y comer y vivir hasta tiempo indefinido’ como un hijo de Dios probado y aprobado (Gé 3:22), todo ello sin haber sido sometido a ninguna influencia negativa, tentación, persecución ni sufrimiento.
Puede notarse también que el hijo celestial que se convirtió en Satanás no se apartó del servicio de Dios debido a que alguien lo persiguiera o tentara a hacer lo malo. Con toda seguridad no fue Dios quien lo hizo, ya que ‘él no prueba a nadie con cosas malas’. No obstante, ese hijo celestial no mantuvo su lealtad, se dejó ‘atraer seductoramente por su propio deseo’ y pecó, por lo que se convirtió en un rebelde. (Snt 1:13-15.) No pasó la prueba del amor.
Sin embargo, la cuestión que hizo surgir el adversario de Dios requería que ese Hijo, como Mesías prometido y futuro Rey del reino de Dios, se sometiera a una prueba de integridad en medio de nuevas circunstancias. Dicha prueba y los sufrimientos que esta suponía también eran necesarios a fin de que llegara a ser “perfeccionado” para ocupar su posición de Sumo Sacerdote de Dios sobre la humanidad. (Heb 5:9, 10.) A fin de satisfacer los requisitos para ser instalado como el Agente Principal de la salvación, al Hijo de Dios “le era preciso llegar a ser semejante a sus ‘hermanos’ [los que llegaron a ser sus seguidores ungidos] en todo respecto, para llegar a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel”. Tenía que aguantar dificultades y sufrimientos para que ‘pudiera ir en socorro de los que fueran puestos a prueba’, a fin de poder compadecerse así de las debilidades como alguien que había “sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado”. Aunque era perfecto y sin pecado, podía “tratar con moderación a los ignorantes y errados”. Solo por medio de ese Sumo Sacerdote sería posible que los humanos imperfectos se acercaran con ‘franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida, para que obtuvieran misericordia y hallaran bondad inmerecida para ayuda al tiempo apropiado’. (Heb 2:10-18; 4:15–5:2; compárese con Lu 9:22.)
Seguía teniendo libre albedrío. Jesús mismo dijo que todas las profecías sobre el Mesías iban a realizarse, “tenían que cumplirse”. (Lu 24:44-47; Mt 16:21; compárese conMt 5:17.) No obstante, esto no eximió al Hijo de Dios del peso de la responsabilidad, ni coartó su libertad para escoger entre ser fiel o infiel. La cuestión no era unilateral, no dependía solo del Dios Todopoderoso, Jehová. Su Hijo tenía que hacer su parte para que las profecías se realizaran. Dios aseguró la certeza de las profecías por medio de su sabia selección del que tenía que llevar a cabo la asignación, el “Hijo de su amor”. (Col 1:13.) Es evidente que su Hijo retuvo su libre albedrío y lo ejerció como humano en la Tierra. Jesús habló por propia voluntad, demostró que se sometía de manera voluntaria a los deseos de su Padre (Mt 16:21-23; Jn 4:34; 5:30; 6:38) y trabajó conscientemente por el cumplimiento de esa asignación como estaba expuesta en la Palabra de su Padre. (Mt 3:15; 5:17, 18; 13:10-17, 34, 35; 26:52-54; Mr 1:14, 15; Lu 4:21.) Por supuesto, Jesús no tenía el control del cumplimiento de otros rasgos proféticos, pues algunos sucedieron después de su muerte. (Mt 12:40; 26:55, 56; Jn 18:31, 32; 19:23, 24, 36, 37.) El registro de lo que ocurrió la noche antes de su muerte revela de manera impresionante el intenso esfuerzo personal que tuvo que hacer para someter su voluntad a la de Aquel que le superaba en sabiduría, su propio Padre. (Mt 26:36-44; Lu 22:42-44.) El registro también indica que aunque era perfecto, reconocía que en su condición de hombre dependía de su Padre, Jehová Dios, para conseguir fuerzas en momentos de necesidad. (Jn 12:23,27, 28; Heb 5:7.)
Por consiguiente, Jesús tenía mucho en lo que meditar y mucho con lo que fortalecerse durante los cuarenta días que ayunó (como Moisés) en el desierto después de su bautismo y ungimiento. (Éx 34:28; Lu 4:1, 2.) Allí tuvo un encuentro directo con el Adversario de su Padre, adversario al que se asemeja a una serpiente. Satanás el Diablo utilizó tácticas similares a las que había usado en Edén, para intentar inducir a Jesús al egoísmo, a exaltarse a sí mismo y a negar la posición soberana de su Padre. A diferencia de Adán, Jesús, el “último Adán” mantuvo su integridad, y al citar repetidas veces la voluntad declarada de su Padre, hizo que Satanás se retirase “hasta otro tiempo conveniente”. (Lu 4:1-13; 1Co 15:45.)
Sus obras y cualidades personales. Como “la bondad inmerecida y la verdad” llegarían a ser por medio de Jesucristo, tenía que mezclarse con la gente para que lo oyeran, y vieran sus obras y cualidades. De este modo podrían reconocerlo como el Mesías y poner fe en su sacrificio cuando muriera por ellos como el “Cordero de Dios”. (Jn 1:17, 29.) Jesús visitó las muchas regiones de Palestina, y recorrió a pie centenares de kilómetros. Habló a la gente en las orillas de lagos y en las laderas de colinas, así como en ciudades y pueblos, en sinagogas y en el templo, en plazas de mercado, calles y casas (Mt 5:1, 2; 26:55; Mr 6:53-56; Lu 4:16; 5:1-3; 13:22, 26; 19:5, 6), y se dirigió a grandes muchedumbres y a personas en particular, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, ricos y pobres. (Mr 3:7, 8; 4:1; Jn 3:1-3; Mt 14:21; 19:21, 22; 11:4, 5.)
La tabla que acompaña este artículo presenta una posible combinación cronológica de los cuatro relatos de la vida terrestre de Jesús. También ayuda a entender las diversas “campañas” o giras que llevó a cabo durante su ministerio de tres años y medio.
Jesús fue para sus discípulos un ejemplo de hombre trabajador. Se levantaba temprano y trabajaba hasta bien entrada la noche. (Lu 21:37, 38; Mr 11:20; 1:32-34; Jn 3:2; 5:17.) Más de una vez pasó la noche orando, como la noche anterior a que pronunciara su Sermón del Monte. (Mt 14:23-25; Lu 6:12–7:10.) En una ocasión, después de haber ayudado a otros hasta entrada la noche, se levantó mientras todavía estaba oscuro y se fue a un lugar solitario para orar. (Mr 1:32, 35.) Aunque las muchedumbres a menudo interrumpían su intimidad, ‘los recibía con amabilidad y les hablaba del reino de Dios’. (Lu 9:10, 11; Mr 6:31-34; 7:24-30.) Experimentó cansancio, sed y hambre, y a veces hasta se privaba de comer debido al trabajo que tenía que hacer. (Mt 21:18; Jn 4:6, 7, 31-34; compárese con Mt 4:2-4; 8:24, 25.)
Punto de vista equilibrado de las cosas materiales. Sin embargo, no era un asceta que practicaba la austeridad a un grado extremo, sino que más bien obraba en consonancia con cada situación. (Lu 7:33, 34.) Aceptó muchas invitaciones a comidas, e incluso a banquetes, y visitó las casas de personas de cierto nivel económico. (Lu 5:29;7:36; 14:1; 19:1-6.) Contribuyó al disfrute de una boda al convertir agua en buen vino. (Jn 2:1-10.) También apreció las cosas buenas que se hacían por él. Cuando Judas se indignó porque María, la hermana de Lázaro, usó una libra de aceite perfumado (cuyo valor era de más de 220 dólares [E.U.A.], aproximadamente el salario de un año de un trabajador) para ungir los pies de Jesús, y fingió preocupación por los pobres que podían haberse beneficiado de la venta de ese aceite, Jesús dijo: “Déjala, para que guarde esta observancia en vista del día de mi entierro. Porque a los pobres siempre los tienen con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”. (Jn 12:2-8; Mr 14:6-9.) La prenda interior de vestir que llevaba cuando lo detuvieron, “tejida desde arriba toda ella”, debió ser una prenda de calidad. (Jn 19:23, 24.) No obstante, siempre puso en primer lugar lo espiritual; nunca se preocupó en demasía por lo material, como aconsejó a otros que hicieran. (Mt 6:24-34; 8:20; Lu 10:38-42; compárese con Flp 4:10-12.)
Libertador valeroso. Durante todo el ministerio de Jesús, se destacan su gran valor, su hombría y su fuerza. (Mt 3:11; Lu 4:28-30; 9:51; Jn 2:13-17; 10:31-39; 18:3-11.) Al igual que Josué, el rey David y otros, Jesús luchó a favor de la causa de Dios y a favor de los amadores de la justicia. En su calidad de “descendencia” prometida, tuvo que encararse a la enemistad de la ‘descendencia de la serpiente’ y luchar contra los miembros de ella. (Gé 3:15; 22:17.) Libró una batalla contra los demonios y contra su influencia en la mente y el corazón de los hombres. (Mr 5:1-13; Lu 4:32-36; 11:19-26; compárese con 2Co 4:3, 4; Ef 6:10-12.) Los líderes religiosos hipócritas demostraron que en realidad estaban en oposición a la soberanía y la voluntad de Dios (Mt 23:13, 27, 28; Lu 11:53, 54; Jn 19:12-16), pero Jesús los derrotó por completo en una serie de enfrentamientos verbales. Blandió la “espada del espíritu”, la Palabra de Dios, con fuerza, control perfecto y estrategia, y respondió de tal modo a los argumentos sutiles y las preguntas capciosas de sus opositores, que los ‘arrinconaba’ o colocaba ‘entre la espada y la pared’. (Mt 21:23-27; 22:15-46.) Jesús puso al descubierto sin temor lo que eran: maestros de tradiciones humanas y formalismos, guías ciegos, una generación de víboras e hijos del Adversario de Dios, que es el príncipe de los demonios y un mentiroso asesino. (Mt 15:12-14; 21:33-41, 45, 46; 23:33-35; Mr 7:1-13; Jn 8:40-45.)
No obstante, nunca fue temerario; no buscó la dificultad y evitó siempre el peligro innecesario. (Mt 12:14, 15; Mr 3:6, 7; Jn 7:1, 10; 11:53, 54; compárese con Mt 10:16, 17,28-31.) Su valor se basaba en la fe. (Mr 4:37-40.) Cuando se le vilipendió y maltrató, no perdió el dominio, sino que conservó la calma, “encomendándose al que juzga con justicia”. (1Pe 2:23.)
Jesús, aquel que sería mayor que Moisés, cumplió con el papel profético de Libertador al luchar con valor a favor de la verdad y revelar el propósito de Dios a la gente. Proclamó libertad a los cautivos. (Isa 42:1, 6, 7; Jer 30:8-10; Isa 61:1.) Aunque muchos se retrajeron por razones egoístas y por temor a la clase gobernante (Jn 7:11-13; 9:22;12:42, 43), otros cobraron valor para liberarse de sus cadenas de ignorancia y sumisión abyecta a los líderes falsos y a las falsas esperanzas. (Jn 9:24-39; compárese con Gál 5:1.) El ministerio de Jesús, el Rey mesiánico de Dios, tuvo un efecto devastador en la religión falsa de su día (Jn 11:47, 48), similar al que tuvieron las campañas emprendidas por los reyes fieles de Judea para eliminar del reino la adoración falsa. (2Cr 15:8; 17:1, 4-6; 2Re 18:1, 3-6.)
Véase más información sobre el ministerio terrestre de Jesucristo en MAPAS, vol. 2, págs. 540, 541.
Sensibilidad y afecto profundos. Jesús era también un hombre de gran sensibilidad, algo que se requiere para servir de Sumo Sacerdote de Dios. Su perfección no lo hizo hipercrítico ni arrogante o autoritario, como eran los fariseos ante las personas imperfectas y pecaminosas entre las que vivió y trabajó. (Mt 9:10-13; 21:31, 32; Lu 7:36-48; 15:1-32; 18:9-14.) Incluso los niños se sentían a gusto con él. Cuando usó a un niño como ejemplo, no se limitó a ponerlo de pie delante de sus discípulos, sino que además “lo rodeó con los brazos”. (Mr 9:36; 10:13-16.) Fue un verdadero amigo y un afectuoso compañero de sus seguidores, y “los amó hasta el fin”. (Jn 13:1; 15:11-15.) No usó su autoridad para ser exigente ni para aumentar las cargas de la gente; al contrario, dijo: “Vengan a mí, todos los que se afanan [...], yo los refrescaré”. Sus discípulos pudieron comprobar que era “de genio apacible y humilde de corazón”, y que su yugo era suave y ligero. (Mt 11:28-30.)
Los deberes sacerdotales incluían el cuidado de la salud física y espiritual de la gente. (Le 13–15.) La piedad y la compasión movieron a Jesús a ayudar a la gente que sufría de enfermedades, ceguera y otras aflicciones. (Mt 9:36; 14:14; 20:34; Lu 7:11-15; compárese con Isa 61:1.) La muerte de su amigo Lázaro y el dolor de las hermanas del difunto hicieron que ‘gimiera y cediera a las lágrimas’. (Jn 11:32-36.) De ese modo, Jesús el Mesías, ‘llevó las enfermedades y cargó los dolores’ de otros, de manera anticipada, para lo cual tuvo que salir poder de él. (Isa 53:4; Lu 8:43-48.) No hizo esto solo en cumplimiento de profecías, sino porque ‘quiso’. (Mt 8:2-4, 16, 17.) Más importante aún, les otorgó salud espiritual y perdón de los pecados. Como era el Cristo, tenía autoridad para ello, pues estaba predeterminado a proveer el sacrificio de rescate, y de hecho ya estaba experimentando el bautismo en la muerte que culminaría en el madero de tormento. (Isa 53:4-8, 11, 12; compárese con Mt 9:2-8; 20:28; Mr 10:38, 39; Lu 12:50.)
“Maravilloso Consejero.” El sacerdote era responsable de educar a la gente en la ley y la voluntad de Dios. (Mal 2:7.) Como Mesías regio, la predicha “ramita del tocón de Jesé [el padre de David]”, Jesús también tenía que manifestar el ‘espíritu de Jehová en sabiduría, consejo, poderío, conocimiento junto con el temor de Jehová’. Por lo tanto, las personas temerosas de Dios encontrarían “disfrute por él”. (Isa 11:1-3.) La sabiduría sin paralelo que se halla en las enseñanzas de Jesús, que era “más que Salomón” (Mt 12:42), es una de las pruebas más sólidas de que era en realidad el Hijo de Dios, y de que los relatos del evangelio no podían ser el mero producto de la mente o imaginación de hombres imperfectos.
Jesús probó que era el “Maravilloso Consejero” prometido (Isa 9:6) por su conocimiento de la Palabra y la voluntad de Dios, su entendimiento de la naturaleza humana, su aptitud para llegar al fondo de las cuestiones y por mostrar la solución a los problemas de la vida cotidiana. El famoso Sermón del Monte es un excelente ejemplo. (Mt 5–7.) En este sermón mostró cómo alcanzar la verdadera felicidad, cómo zanjar disputas, cómo evitar la inmoralidad, cómo tratar a los que muestran enemistad, cómo practicar verdadera justicia sin hipocresía, la actitud correcta hacia las cosas materiales de la vida, la confianza en la generosidad de Dios, la regla áurea para tener una buena relación con otros, los medios para detectar fraudes religiosos y cómo conseguir un futuro seguro. Las muchedumbres se “quedaron atónitas por su modo de enseñar; porque les enseñaba como persona que tiene autoridad, y no como sus escribas”. (Mt 7:28, 29.) Después de su resurrección, siguió siendo la figura clave en la comunicación de Jehová con la humanidad. (Rev 1:1.)
Maestro de maestros. Su manera de enseñar era notablemente eficaz. (Jn 7:45, 46.) Presentaba asuntos de gran peso y profundidad con sencillez, brevedad y claridad. Ilustraba lo que quería enseñar con aquello que era familiar a sus oyentes (Mt 13:34, 35), fueran pescadores (Mt 13:47, 48), pastores (Jn 10:1-17), labradores (Mt 13:3-9), constructores (Mt 7:24-27; Lu 14:28-30), comerciantes (Mt 13:45, 46), esclavos o amos (Lu 16:1-9), amas de casa (Mt 13:33; Lu 15:8) o cualquier otro tipo de persona. (Mt 6:26-30.) Usó cosas simples —pan, agua, sal, odres o prendas viejas— como símbolos de otras de gran importancia, como se había hecho en las Escrituras Hebreas. (Jn 6:31-35, 51; 4:13, 14; Mt 5:13; Lu 5:36-39.) Su lógica, con frecuencia expresada por medio de analogías, disipaba las objeciones y enfocaba los asuntos en su justa perspectiva. (Mt 16:1-3; Lu 11:11-22; 14:1-6.) A fin de dirigir su mensaje principalmente al corazón de los hombres, se valía de preguntas que les hiciesen pensar, llegar a sus propias conclusiones, examinar sus motivos y tomar decisiones. (Mt 16:5-16; 17:24-27; 26:52-54;Mr 3:1-5; Lu 10:25-37; Jn 18:11.) Jesús no se esforzó por ganarse a las masas, sino por despertar el corazón de los que anhelaban con sinceridad la verdad y la justicia. (Mt 5:3, 6; 13:10-15.)
Aunque tomaba en consideración la comprensión limitada de su auditorio y hasta de sus discípulos (Mr 4:33), y dosificaba su enseñanza (Jn 16:4, 12), nunca ‘diluyó’ el mensaje de Dios para ganar popularidad o buscar favor. Su habla era franca, e incluso tajante en algunas ocasiones. (Mt 5:37; Lu 11:37-52; Jn 7:19; 8:46, 47.) El tema de su mensaje era:“Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 4:17.) Como habían hecho los profetas de Jehová en tiempos anteriores, anunció con claridad a la gente “su sublevación, y a la casa de Jacob sus pecados” (Isa 58:1; Mt 21:28-32; Jn 8:24), y les señaló la ‘puerta angosta y el camino estrecho’ que les conduciría de vuelta al favor de Dios y a la vida. (Mt 7:13, 14.)
“Caudillo y comandante.” Jesucristo demostró estar capacitado para ser “caudillo y comandante”, así como un “testigo a los grupos nacionales”. (Isa 55:3, 4; Mt 23:10; Jn 14:10, 14; compárese con 1Ti 6:13, 14.) Al tiempo debido, varios meses después de empezar su ministerio, se dirigió a algunos que ya conocía y les extendió la invitación: “Sé mi seguidor”. Hubo hombres que abandonaron la pesca y la recaudación de impuestos para responder sin demora. (Mt 4:18-22; Lu 5:27, 28; compárese con Sl 110:3), y mujeres que contribuyeron tiempo, esfuerzo y posesiones materiales a fin de satisfacer las necesidades de Jesús y sus seguidores. (Mr 15:40, 41; Lu 8:1-3.)
Este pequeño grupo formó el núcleo de lo que llegaría a ser una nueva “nación”, el Israel espiritual. (1Pe 2:7-10.) Jesús pasó una noche entera orando a su Padre para conseguir la guía necesaria antes de seleccionar a los doce apóstoles, quienes llegarían a ser los pilares de la nueva nación si se mantenían fieles, como los doce hijos de Jacob en el Israel carnal. (Lu 6:12-16; Ef 2:20; Rev 21:14.) Igual que Moisés tuvo 70 hombres junto a él como representantes de la nación, Jesús más tarde asignó a otros setenta discípulos al ministerio. (Nú 11:16, 17; Lu 10:1.) A partir de entonces, concentró su enseñanza e instrucción en estos discípulos. De hecho, pronunció el Sermón del Monte principalmente para ellos, según demuestra su contenido. (Mt 5:1, 2, 13-16; 13:10, 11; Mr 4:34; 7:17.)
Jesús asumió todas las responsabilidades de su jefatura; tomó la delantera en todo respecto (Mt 23:10; Mr 10:32); asignó a sus discípulos responsabilidades y tareas, además de su obra de predicación (Lu 9:52; 19:29-35; Jn 4:1-8; 12:4-6; 13:29; Mr 3:9;14:12-16), y también los animó y los censuró (Jn 16:27; Lu 10:17-24; Mt 16:22, 23). Además, dio órdenes con autoridad, y su principal mandamiento era que debían ‘amarse unos a otros tal como él los había amado’. (Jn 15:10-14.) Podía controlar a muchedumbres de miles de personas. (Mr 6:39-46.) La enseñanza útil y constante que dio a sus discípulos, que en su mayoría tenían una educación limitada y una posición humilde, fue de una extremada eficacia. (Mt 10:1–11:1; Mr 6:7-13; Lu 8:1.) Más tarde, incluso a hombres de una elevada educación y posición social les admiró el habla convincente y enérgica de los apóstoles. Estos “pescadores de hombres” consiguieron resultados asombrosos; miles de personas respondieron a su predicación. (Mt 4:19; Hch 2:37, 41; 4:4, 13; 6:7.) El entendimiento de los principios bíblicos que Jesús había implantado en su corazón los hizo aptos para ser buenos pastores del rebaño en años posteriores. (1Pe 5:1-4.) De esta manera, en el corto espacio de tres años y medio, colocó un fundamento sólido para una congregación internacional unida, compuesta por miles de miembros procedentes de muchas razas.
Proveedor capaz y juez justo. Una muestra de que su gobernación resultaría en una prosperidad superior a la de Salomón se ve en la capacidad que demostró para dirigir la pesca de sus discípulos, con unos resultados que los dejaron atónitos. (Lu 5:4-9; compárese con Jn 21:4-11.) El que este hombre nacido en Belén (que significa “Casa de Pan”) alimentara a miles de personas y convirtiera el agua en buen vino, fue un anticipo en pequeña escala del futuro banquete que el Reino mesiánico de Dios proveería “para todos los pueblos”. (Isa 25:6; compárese con Lu 14:15.) Su gobernación no solo pondrá fin a la pobreza y al hambre, sino que también se “tragará a la muerte”. (Isa 25:7, 8.)
Por otra parte, en conformidad con las profecías mesiánicas, había muchas razones para confiar en lo justo y recto del juicio que su gobierno traería. (Isa 11:3-5; 32:1, 2; 42:1.) Demostró el máximo respeto a la ley, en particular a la de su Dios y Padre, pero también a la de las “autoridades superiores”, a las que se ha permitido ejercer su gobernación en la Tierra. (Ro 13:1; Mt 5:17-19; 22:17-21; Jn 18:36.) Se opuso a que le introdujesen en la escena política en un intento de “hacerlo rey” por proclamación popular. (Jn 6:15; compárese con Lu 19:11, 12; Hch 1:6-9.) No se excedió de los límites de su autoridad. (Lu 12:13, 14.) Nadie podía ‘probar que fuese culpable de pecado’, no solo porque había nacido perfecto, sino porque siempre observó la Palabra de Dios (Jn 8:46, 55), y además llevaba la justicia y la fidelidad ceñidas como un cinto. (Isa 11:5.) Su amor a la justicia iba aunado al odio a la iniquidad, la hipocresía y el fraude, así como a la indignación que sentía hacia los que eran avarientos e insensibles para con los sufrimientos de otros. (Mt 7:21-27; 23:1-8, 25-28; Mr 3:1-5; 12:38-40; compárese con los Mr 12 vss. 41-44.) Los mansos y humildes podían cobrar ánimo ante la expectativa de que su gobernación eliminase la injusticia y la opresión. (Isa 11:4; Mt 5:5.)
Demostró un gran discernimiento de los principios, del verdadero significado y propósito de las leyes de Dios, e hizo hincapié en los “asuntos de más peso” de estas leyes: “la justicia y la misericordia y la fidelidad”. (Mt 12:1-8; 23:23, 24.) Fue imparcial; no demostró favoritismo, aunque sintió un afecto especial por uno de sus discípulos. (Mt 18:1-4; Mr 10:35-44; Jn 13:23; compárese con 1Pe 1:17.) Aunque una de sus últimas acciones mientras agonizaba en el madero de tormento fue mostrar interés por su madre humana, nunca antepuso los lazos familiares humanos a sus relaciones espirituales. (Mt 12:46-50;Lu 11:27, 28; Jn 19:26, 27.) Como se había predicho, nunca trató los problemas de modo superficial, solo por la “mera apariencia de las cosas a sus ojos, ni [censuró] simplemente según lo que [oyeron] sus oídos”. (Isa 11:3; compárese con Jn 7:24.) Podía ver lo que había en el corazón de los hombres y discernir sus pensamientos, razonamientos y motivos. (Mt 9:4; Mr 2:6-8; Jn 2:23-25.) Mantuvo su oído atento a la Palabra de Dios y buscó, no su propia voluntad, sino la de su Padre. Esto era una garantía de que cuando desempeñase el papel de Juez nombrado por Dios, sus decisiones siempre serían justas y rectas. (Isa 11:4; Jn 5:30.)
Profeta sobresaliente. Jesús cumplió con los requisitos de un profeta como Moisés, pero fue mayor que él. (Dt 18:15, 18, 19; Mt 21:11; Lu 24:19; Hch 3:19-23; compárese con Jn 7:40.) Predijo sus propios sufrimientos y cómo moriría, la dispersión de sus discípulos, el asedio de Jerusalén y la destrucción completa de la ciudad y su templo. (Mt 20:17-19; 24:1–25:46; 26:31-34; Lu 19:41-44; 21:20-24; Jn 13:18-27, 38.) En conexión con estos últimos acontecimientos, pronunció las profecías que se cumplirían en el tiempo de su presencia, cuando su Reino empezara a gobernar. Al igual que los profetas anteriores, ejecutó señales y milagros como prueba de que Dios lo había enviado. Sus credenciales superaron a las de Moisés, pues Jesús calmó la tormenta en el mar de Galilea y anduvo sobre sus aguas (Mt 8:23-27; 14:23-34); sanó a ciegos, mudos y cojos; también curó enfermedades tan graves como la lepra, e incluso levantó a personas que habían muerto. (Lu 7:18-23; 8:41-56; Jn 11:1-46.)
Magnífico ejemplo de amor. De todos esos aspectos de la personalidad de Jesús, la cualidad predominante es el amor: amor a su Padre por encima de todo y también amor a su prójimo. (Mt 22:37-39.) De modo que el amor debería ser la marca distintiva que identificara a sus discípulos. (Jn 13:34, 35; compárese con 1Jn 3:14.) Su amor no era sentimentalismo. Aunque expresó sentimientos profundos, siempre se guió por principios (Heb 1:9), y el hacer la voluntad de su Padre fue en todo momento su principal interés. (Compárese con Mt 16:21-23.) Demostró su amor a Dios guardando sus mandamientos (Jn 14:30, 31; compárese con 1Jn 5:3) y buscando la glorificación de su Padre en toda ocasión. (Jn 17:1-4.) Durante la última noche que pasó con sus discípulos, habló más de treinta veces del amor y de amar, y tres veces repitió el mandamiento de que ‘se amaran unos a otros’. (Jn 13:34; 15:12, 17.) También les dijo: “Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando”. (Jn 15:13, 14; compárese con Jn 10:11-15.)
En prueba de su amor a Dios y a la humanidad imperfecta, permitió que se le ‘llevara justamente como una oveja al degüello’; le juzgaron, le abofetearon, le dieron puñetazos, le escupieron, le azotaron con un látigo y finalmente le clavaron en un madero entre delincuentes. (Isa 53:7; Mt 26:67, 68; 27:26-38; Mr 14:65; 15:15-20; Jn 19:1.) Por medio de su muerte en sacrificio, ejemplarizó y expresó el amor de Dios a la humanidad (Ro 5:8-10; Ef 2:4, 5), e hizo posible que los hombres tuvieran la absoluta convicción de que profesaba amor inquebrantable a sus discípulos fieles. (Ro 8:35-39; 1Jn 3:16-18.)
Como la imagen que se puede obtener del Hijo de Dios a través del registro escrito —aunque este sea breve (Jn 21:25)— es magnífica, mucho más debe haberlo sido la realidad. Su ejemplo conmovedor de humildad y bondad, unido a su firmeza por la rectitud y la justicia, garantiza que el gobierno de su Reino será lo que los hombres fieles han estado anhelando a través de los siglos; de hecho, sobrepasará las más altas expectativas. (Ro 8:18-22.) Fue un ejemplo en todos los sentidos, demostrando con su conducta la aplicación de la norma que había dado a sus discípulos. (Mt 20:25-28; 1Co 11:1; 1Pe 2:21.) Aunque era su Señor, les lavó los pies. Así puso el modelo de solicitud, consideración y humildad que caracterizaría a su congregación de seguidores ungidos no solo en la Tierra, sino también en el cielo. (Jn 13:3-15.) Aunque estén en sus tronos celestiales, compartiendo con Jesús ‘toda la autoridad en el cielo y en la tierra’ durante el reinado de mil años, deberán cuidar de las necesidades de sus súbditos terrestres con humildad y atenderlas de modo amoroso. (Mt 28:18; Ro 8:17; 1Pe 2:9; Rev 1:5, 6; 20:6;21:2-4.)
Declarado justo y merecedor. Por su entero derrotero de vida en integridad a Dios, incluido su sacrificio, Jesucristo cumplió con el “solo acto de justificación” que demostró que estaba preparado para ser el Rey Sacerdote ungido de Dios en el cielo. (Ro 5:17, 18.) Fue “declarado justo en espíritu” mediante su resurrección de entre los muertos a vida como un Hijo celestial de Dios. (1Ti 3:16.) Las criaturas celestiales lo proclamaron “digno de recibir el poder y riquezas y sabiduría y fuerza y honra y gloria y bendición”, al ser como un león a favor de la justicia y juicio, y al mismo tiempo, como un cordero, al sacrificarse a sí mismo para la salvación de otros. (Rev 5:5-13.) Había cumplido con su propósito principal de santificar el nombre de su Padre. (Mt 6:9; 22:36-38.) No solo logró esto empleando ese nombre, sino también dando a conocer a la Persona que dicho nombre representa, desplegando las magníficas cualidades de su Padre —amor, sabiduría, justicia y poder— y ayudando a las personas a conocer o experimentar lo que ese nombre representa. (Mt 11:27; Jn 1:14, 18; 17:6-12.) Y lo hizo, sobre todo, apoyando la soberanía universal de Jehová, y así demostró que su gobierno del Reino estaría basado sólidamente en esa Fuente Suprema de autoridad. Por lo tanto, pudo decirse de él: “Dios es tu trono para siempre”. (Heb 1:8.)
El Señor Jesucristo es, por consiguiente, el “Agente Principal y Perfeccionador de nuestra fe”. Debido a que en él se cumplieron las profecías y a que reveló los propósitos futuros de Dios, así como debido a lo que dijo e hizo y a lo que fue, conforma el fundamento sólido sobre el que debe descansar la fe verdadera. (Heb 12:2; 11:1.)